[Las fotos del templo de Escanduso, en ruinas, son cortesía de Baruk y Pallaferro].
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A unos cinco kilómetros de Villarcayo (Merindad de Castilla la Vieja), al entrar en una curva, nos topamos con un grupito de casas, llamado Escanduso (Burgos), que desciende entre huertas hacia el río Nela. Reducimos la velocidad y, al salir de la curva, vemos un pequeño templo, tan pequeño que parece ermita, pero no, luego nos dirán que es parroquia. Tan pequeño que, en más de una ocasión, lo hemos ignorado al pasar frente a él. Si ahora paramos a verlo, fue gracias a la insistencia de un amigo, que lo conocía de antiguo, y sabía de su azaroso destino.
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Se trata de la parroquial de San Andrés, humilde edificio que fue románico, al que seguramente ignoramos tanto tiempo, en parte, por su ruinosa presencia. El paisaje natural es el que realmente domina, atraen nuestra atención bosques y peñas sobre los que vagan los espíritus de Laín Calvo y Nuño Rasura, legendarios jueces de aquella Castilla nonata, del s.X, que administraban justicias, las “fazañas”, según unas leyes de tradición oral, enraizadas en ancestrales costumbres celto-romanas y visigodas.
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El Padrón Municipal, de 2007, atribuye a este núcleo rural siete habitantes, dependientes del cercano Villarcayo. Habitantes que un día, hartos de pedir dignamente, suplicar humildes, y mendigar indignados, se remangaron el alma, hablaron entre ellos y salieron a los caminos para recabar ayuda de sus convecinos comarcanos. Así, con un poco de acá, otro de allá, y un mucho de lo suyo, este grupo de amotinados se subió, no a la parra, sino al andamio.
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Manolo, que ha sido un poco de todo en esta vida y la ha viajado de camionero llevando sal, nos contó con mucho salero –algo siempre queda de la profesión-, de que manera junto a Mariano, Pedrín, Jesús y otros cuantos, pero no más de media docena, se doctoraron de canteros en un dos por tres, allá en 2004, acumularon materiales, añadieron buenas voluntades, y repararon paredes agrietadas, techos desplomados, muros caídos, lo que fuese.
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Con el satisfecho gesto del padre orgulloso de su niño, nos pastoreó, llave en mano, para enseñarnos el interior y relatarnos el desinteresado trabajo, llevado a cabo por el grupo de “canteros amateur”, mientras con la otra mano nos entregaba una hoja del diario de Burgos para que viésemos que alguien se había acordado de ellos, en enero de 2005, cuando se “inauguró” la restauración. ¿Había acaso algún representante, siquiera de tercer o cuarto orden, civil y religioso entre los presentes? Sobre el tema “autoridades”, los vecinos prefieren correr un tupido velo.
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Mariano, otro “cantero”, en el vecino lugar de Escaño, tras mostrarnos el maravilloso templo que también le gustaría poder acabar de restaurar, igualmente declinó opinar sobre las altas instancias “responsables de cultura”. Prefirió llevarnos a su casa, llena de recuerdos marineros orilla del río, y enseñarnos las fotos del “antes”, el “durante”, y el “después” del templo de Escanduso que ayudó a salvar.
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Prefirió hablarnos de cómo cada cual, en “sus cortas luces”, hizo de carpintero de obra, de mazonero, de albañil raso, o de “arquitecto”, aportando entre todos las soluciones más convenientes a cada ocasión. Le habría gustado que, esto o aquello, hubiesen quedado de otra forma, pero en vista de lo que había, “bueno está lo que bien acaba”.
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Y lo que bien acaba es esto, un templo rural, humilde, insignificante si nos parece, pero profundamente querido por sus parroquianos. Querido quizá, más por amor al terruño que por devoción, pero eso no somos nosotros quienes debemos juzgarlo, que cada cual tiene su alma en su “almario”. Porque para estas sacrificadas gentes, tan valioso es el pequeño edificio cual si de una catedral se tratase, tan valioso como para enfrentarse a la burocracia civil y eclesiástica, y vencerla.
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Y allí está el restaurado templo de San Andrés de Escanduso, al salir de la curva, gritando a los cuatro vientos y a los montes, para que lo oiga a quien corresponda: “¡vergüenza y humillación!”.
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Vergüenza para las autoridades “competentes”, civiles y religiosas, porque han debido ser la iniciativa, los bienes y el sudor del pueblo, quienes rescaten este edificio de la destrucción y el olvido.
Humillación para dichas autoridades, porque los artífices materiales han sido “unos viejos de pueblo”, unos jubilados, con más voluntad que fuerzas, sin más medios que su determinación, pero capaces de hacer lo que, quien sabe, tiene y puede, se niega a hacer en tantos lugares.
Vergüenza y humillación, ilimitadas, para las autoridades “responsables”, con picota y cepo perpetuos, mientras nosotros nos regocijamos porque, entre el pueblo, todavía queden ingeniosos “Hércules”, que se atrevan con los necios “Polifemo” de la Administración del Estado.
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[Una entrada similar a esta, pero con mayor calor humano, podeis verla en el siguiente enlace: http://juancar347-romanica.blogspot.com/2009/08/escanduso-iglesia-de-san-andres.html].
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Salud y fraternidad.
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El Padrón Municipal, de 2007, atribuye a este núcleo rural siete habitantes, dependientes del cercano Villarcayo. Habitantes que un día, hartos de pedir dignamente, suplicar humildes, y mendigar indignados, se remangaron el alma, hablaron entre ellos y salieron a los caminos para recabar ayuda de sus convecinos comarcanos. Así, con un poco de acá, otro de allá, y un mucho de lo suyo, este grupo de amotinados se subió, no a la parra, sino al andamio.
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Manolo, que ha sido un poco de todo en esta vida y la ha viajado de camionero llevando sal, nos contó con mucho salero –algo siempre queda de la profesión-, de que manera junto a Mariano, Pedrín, Jesús y otros cuantos, pero no más de media docena, se doctoraron de canteros en un dos por tres, allá en 2004, acumularon materiales, añadieron buenas voluntades, y repararon paredes agrietadas, techos desplomados, muros caídos, lo que fuese.
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Con el satisfecho gesto del padre orgulloso de su niño, nos pastoreó, llave en mano, para enseñarnos el interior y relatarnos el desinteresado trabajo, llevado a cabo por el grupo de “canteros amateur”, mientras con la otra mano nos entregaba una hoja del diario de Burgos para que viésemos que alguien se había acordado de ellos, en enero de 2005, cuando se “inauguró” la restauración. ¿Había acaso algún representante, siquiera de tercer o cuarto orden, civil y religioso entre los presentes? Sobre el tema “autoridades”, los vecinos prefieren correr un tupido velo.
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Mariano, otro “cantero”, en el vecino lugar de Escaño, tras mostrarnos el maravilloso templo que también le gustaría poder acabar de restaurar, igualmente declinó opinar sobre las altas instancias “responsables de cultura”. Prefirió llevarnos a su casa, llena de recuerdos marineros orilla del río, y enseñarnos las fotos del “antes”, el “durante”, y el “después” del templo de Escanduso que ayudó a salvar.
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Prefirió hablarnos de cómo cada cual, en “sus cortas luces”, hizo de carpintero de obra, de mazonero, de albañil raso, o de “arquitecto”, aportando entre todos las soluciones más convenientes a cada ocasión. Le habría gustado que, esto o aquello, hubiesen quedado de otra forma, pero en vista de lo que había, “bueno está lo que bien acaba”.
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Y lo que bien acaba es esto, un templo rural, humilde, insignificante si nos parece, pero profundamente querido por sus parroquianos. Querido quizá, más por amor al terruño que por devoción, pero eso no somos nosotros quienes debemos juzgarlo, que cada cual tiene su alma en su “almario”. Porque para estas sacrificadas gentes, tan valioso es el pequeño edificio cual si de una catedral se tratase, tan valioso como para enfrentarse a la burocracia civil y eclesiástica, y vencerla.
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Y allí está el restaurado templo de San Andrés de Escanduso, al salir de la curva, gritando a los cuatro vientos y a los montes, para que lo oiga a quien corresponda: “¡vergüenza y humillación!”.
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Vergüenza para las autoridades “competentes”, civiles y religiosas, porque han debido ser la iniciativa, los bienes y el sudor del pueblo, quienes rescaten este edificio de la destrucción y el olvido.
Humillación para dichas autoridades, porque los artífices materiales han sido “unos viejos de pueblo”, unos jubilados, con más voluntad que fuerzas, sin más medios que su determinación, pero capaces de hacer lo que, quien sabe, tiene y puede, se niega a hacer en tantos lugares.
Vergüenza y humillación, ilimitadas, para las autoridades “responsables”, con picota y cepo perpetuos, mientras nosotros nos regocijamos porque, entre el pueblo, todavía queden ingeniosos “Hércules”, que se atrevan con los necios “Polifemo” de la Administración del Estado.
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[Una entrada similar a esta, pero con mayor calor humano, podeis verla en el siguiente enlace: http://juancar347-romanica.blogspot.com/2009/08/escanduso-iglesia-de-san-andres.html].
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Salud y fraternidad.