jueves, 22 de enero de 2009

"Este galapaguito, no tiene mare..."

Santa Cruz de Retorta, ss.XI-XII (Concello de Guntin, Lugo).
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La pequeña joya, que es el templo gallego de Santa Cruz de Retorta, tenía un “defecto”. Al menos, para los habitantes del lugar que ya lo han subsanado...
Cuando lo visitamos, una amable y simpática vecina, se ofreció a enseñarnos aquello de lo que todos se sienten tan orgullosos. Un edificio románico que, “figúrense ustedes si es de mérito, que han venido hasta señores de la capital para estudiarlo”.
Abstraídos por las explicaciones de nuestra improvisada “guía rural”, sobre los tímpanos, el ábside, apenas reparamos en una especie de gran “macetón” que, conteniendo un arbusto, descansaba junto a la portada norte por la que nos introdujimos al templo.
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No obstante, al salir, fijamos nuestra mirada en aquel extraño recipiente de piedra, con su borde perfectamente labrado. Aquello parecía... ¡Una pila bautismal románica! Preguntamos a la afable vecina, la cual confirmó nuestras sospechas. Se trataba de la pila del templo. Le expresamos nuestro asombro, porque tal joya se encontrase sirviendo de macetón. Y su sencilla explicación fue: “Es que estaba junto a la puerta de entrada, y como el templo es algo estrecho, estorbaba a la hora de entrar y salir. Así que la quitamos y se puso otra más pequeña, ahí también está muy bonita”.
Si que está bonita, arrinconada, llena de verdín, como un galápago adormecido.
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"Este galapaguito
no tiene mare;
lo parió una gitana,
lo hechó a la calle..."
(Federico García Lorca, Nana de Sevilla).
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A quien corresponda: ¿Puede dejarse, al capricho del personal, arrinconar una pieza de esta categoría? Y no solo arrinconar, sino dejar a la intemperie, tras convertirla en vulgar tiesto, expuesta a las tentaciones del primer “aprovechado” que le eche el ojo y las zarpas encima.
Resuelva el caso, a la mayor brevedad posible, o si no sea condenado a picota y cepo, expuesto al público oprobio y a los hechizos de las “meigas”.

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Salud y fraternidad.

martes, 20 de enero de 2009

¡Si tu memoria no fue aliento mío...!

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¿Córdoba, Patrimonio de la Humanidad o de la “Urbanidad”? Esta pregunta nos ronda, desde que decidimos recorrer los monumentos medievales, de la ciudad califal, y comprobamos cómo se preocupan los munícipes locales por el “urbanismo” del casco histórico. Como muestra, valgan dos botones.
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Primer botón.
El templo románico-gótico de San Pedro, como otros de la ciudad, está sitiado por señales de tráfico verticales. Bien verticales y bien visibles:
prohibido aparcar”, “detenerse”, “estacionar”, “reservado”. Así, como indicadores de “aparcamientos cercanos”. Para postre, un precioso reclamo luminoso de “Farmacia” se nos cuela ante el objetivo, en primerísimo plano.
Bien está, que quiera defenderse el patrimonio cultural y cuidar su entorno de agresiones automovilísticas, con fines turístico-económicos, o los que mejor parezcan al consistorio municipal. ¿Pero no habría manera de situar las señales de forma menos agresiva para los monumentos?
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Segundo botón:
En la fachada sur del mismo templo, ante la portada de ese lado, si que dejan aparcar: ¡A los cubos de basura! Perdón, “contenedores de residuos urbanos”. Unos contenedores, presuntamente compatibles con el entorno, para los que se ha habilitado el correspondiente hueco en la acera. ¡Luego, están ahí de manera intencionada, “oficial” y “legal”!
El caso es que, tan sólo pocos metros más allá, pasado el ábside, existe espacio más que suficiente para colocar los tan necesarios contenedores, sin necesidad de afear los muros del templo. Porque, por mucho que en el ayuntamiento presuman de “diseño”, los contenedores afean. Sobre todo, cuando están tan llenos que, los vecinos, se ven obligados a depositar sus bolsas de basura al lado de los mismos.
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“¡Córdoba para morir!
Y loca de horizonte
mezcla en su vino,
lo amargo de don Juan
y lo perfecto de Dioniso”
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(Federico García Lorca, Poema del cante jondo).
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A quien corresponda: Menos presumir de lo que presume, menos dárselas de lo que se las da, y más respetar la memoria histórica de esta ciudad, que fue crisol de culturas y faro intelectual cuando en otros lugares, de cuyo nombre no quiero acordarme, todavía se consideraba pecado bañarse. No continúe insultando nuestra inteligencia, con falsos postulados “transpostmodernistas”, recapacite y devuelva al casco histórico su historicidad. En caso contrario, vaya a picota y cepo, hasta que el Guadalquivir vuelva a ser navegable a su paso por la ciudad de los califas.
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Salud y fraternidad.

domingo, 18 de enero de 2009

Del árbol caído, todos hacen leña... y del templo caído, cantera.

Como la etimología de su nombre indica, el lugar de Brías (Soria), fue asentamiento celtíbero. Junto a el, pasaba una calzada romana, a cuyo lado se alzó, a principios del s.XII, un templo, que recibió la advocación de Nuestra Señora de la Calzada, en el cual se veneraba la imagen románica del mismo nombre.
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Cuando en 1690 se levantó la actual parroquial, de San Juan, sobre las ruinas de otro templo románico. La Virgen de la Calzada fue llevada a este nuevo edificio, barroco, y su antigua morada quedó rebajada a la humilde condición de ermita de la Soledad, título que le cuadraba bien por el entorno en que se halla. Pasaron siglos, de guerras, abandono y olvido, cayó su bóveda, se saqueó su piedra. Luego, el solar vacío entre sus muros, fue aprovechado como cementerio.
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Hasta que, modernamente, cuando en otros lugares los templos románicos se atosigan de tumbas que los invaden hasta deformarlos, aquí se vació el cementerio y se trasladó a lugar más apropiado. ¿Sirvió esto para restaurar el templo o prestarle algún tipo de atención? Nada de eso, quedó abandonado a su triste suerte, tan triste como la de aquellos difuntos que ya no tenían familiares que los reclamasen y por ello sus huesos quedaron allí, tan abandonados como las ruinas románicas.
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Pero no a todos les importaba tan poco este monumento, hubo algunos “interesados” que, con premeditación, nocturnidad y alevosía, aprovecharon para “rescatar” algunas columnas y un capitel, que representaba sirenas de doble cola las cuales, los simbólicos personajes, recogían con sus manos. Algún coleccionista, las estará disfrutando en su mansión.
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Quizá no les dio tiempo a más, o consideraron que los otros capiteles carecían de importancia, por eso todavía podemos contemplar alguno en esa portada que amenaza venirse abajo en el momento más inesperado. El peso del muro la ha deformado, sus dovelas han cedido, abriéndose, hasta dar la sensación de que el arco, en lugar de medio punto, es carpanel.
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El resto de los muros van cediendo al paso del tiempo y los elementos, la vegetación circundante come poco a poco el terreno, sube por las paredes y lo invade todo. Entre la espadaña y los árboles cercanos, las plantas trepadoras forman ya un túnel, tapizan la nave, se comen el ábside por dentro y por fuera.
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Pronto ni siquiera podrán verse los magníficos capiteles del arco triunfal, con sus escenas de juglaría, sus caballeros y esa original Nuestra Señora de la Calzada. Muy pronto, las raíces de la hiedra cuartearán la piedra, la disgregarán y todo volverá al seno de la Madre Tierra, del que surgió.
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A quien corresponda: Ponga pronto remedio a tanta ruina y desolación, mande afianzar las ruinas, como primera providencia, no consienta que un templo tan bello se pierda en el olvido. Si no lo hiciere, sea condenado a picota y cepo, hasta que la mágica Sima de Brías y la Dama encantada que mora en ella, rompan su hechizo...
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Salud y fraternidad.

domingo, 4 de enero de 2009

El “Monte del Destino”

En medio de las suaves lomas sembradas de cereal, surge de pronto un lejano promontorio rocoso. Es el pétreo guardián fronterizo, sito entre La Rioja, Álava y Burgos.
Estos impresionantes colmillos de dragón, que son el risco de Cellorigo (La Rioja), conocido como “Peña Luenga” (914 m), albergó durante muchos siglos un castillo inexpugnable que custodiaba el cercano portillo de la Hoz de Morcuera, en los Montes Obarenes. Primero sirvió de puesto avanzado para las tropas musulmanas, que empujaban a los visigodos hacia el norte. Luego, cuando éstos lo reconquistaron, hacia mediados del s.IX, fue bastión para frenar las incursiones musulmanas hacia La Rioja Alavesa. Junto con el de Pancorbo, que defendía el paso a La Bureba castellana, fueron bastiones imprescindibles en los duros años de razzias cordobesas y toledanas.
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Cuando, hacia 1065, Fernando I asentó su poder sobre Castilla, entregó la estratégica fortaleza de Cellorigo a don Rodrigo Álvarez, abuelo del Cid. Y tanta fama tuvo que, en 1372, Enrique II dispuso que el castillo de Cellorigo figurase en el blasón de la ciudad de Burgos.
Aquí, los ejércitos se encontraron y destrozaron, durante varios cientos de años. Todavía hoy, cuando los labradores trabajan la tierra, suelen aflorar en los surcos restos herrumbrosos de las armas que, durante más de tres siglos, entrechocaron las tropas musulmanas y cristianas. Sin embargo, del poderoso castillo, apenas quedan entre la tupida maleza irreconocibles vestigios, de sus otrora inexpugnables muros. Aunque en el pueblo sobreviven dos torre medievales, quizá de los siglos XII-XIII, probables restos de las murallas urbanas.
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La villa crecida a su protectora sombra, llegó a ser próspera y debió tener una importante judería, pues en 1174 se nombra a Cellorigo como “castellum iudeorum”.
El templo parroquial, de San Millán, data del s.XV, -con sacristía del XVIII-, levantado sobre uno románico precedente del que no quedan restos.
En 1040 hay constancia de la existencia de un Monasterio de San Pelayo, en Cellorigo, que aparece de nuevo en documentos posteriores relacionados con Silos. Debió ser un pequeño cenobio, pero todo ha desaparecido, aunque en el lugar conocido como “Santa Muchacha” existe un cementerio medieval que pudo pertenecerle.
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Queda sin embargo la ermita de Nuestra Señora del Barrio, del s.X, con reformas del XII, en las que se conservaron el ábside recto y una portada con arco de herradura, del primitivo edificio visigótico. Además, en la parroquial, se conservan dos capiteles mozárabes, de temática vegetal, procedentes de la arruinada ermita.
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Este enclave, como "Lugar Sagrado", no surge de la nada en el medievo. Antaño hubo aquí un castro celta, y quedan por los contornos restos dolménicos, como testigos mudos del temor reverente que estas peñas suscitaban en los pueblos que se asentaron bajo su sombra protectora. La dominación romana no borró ese sentimiento espiritual, simplemente lo sincretizó, operación repetida por los visigodos.
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Por desgracia, tales sentimientos no tuvieron continuidad en tiempos recientes. El templo visigodo-mozárabe sufrió los vaivenes de la historia, pero fue restaurado durante el periodo románico y empleado, como santuario de Nuestra Señora, durante muchos siglos. Luego, el abandono, el olvido y el desprecio dieron con sus piedras por el suelo.
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Donde los celtíberos veneraron las Deae Matres, los romanos la Magna Mater, y quienes vinieron luego a Nuestra Señora, reinan ahora las zarzas y arbustos del monte. El templo se deshace y vuelve al seno de la Madre Tierra, para quien fue levantado...
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En la parroquial, alguien, con mejores intenciones que medios, guardó dos capiteles del templo mozárabe, quizá del arco de herradura que sobrevive en el muro norte, o de alguna portada ya perdida. Estos pobres restos, nos hablan de un edificio de cierta entidad que hubo de tener una regular importancia.
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[Las fotos de los capiteles mozárabes debemos agradecerlas a la magnífica página de internet, sobre románico riojano:
a cuyo autor hemos solicitado permiso para reproducirlas].
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A quien corresponda: ¿Permitirá que un edificio de tan larga tradición, e intensa historia, desaparezca convertido en polvo? ¿Es posible que le importe tan poco el sentimiento espiritual, que en esta Peña de Cellorigo se manifiesta, llámese Madre Tierra o Nuestra Señora?
Si no pone pronto remedio a tanta ruina y desolación, sea condenado a picota y cepo, hasta que los riscos de Cellorigo se desmoronen y conviertan en lisa llanura.
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Salud y fraternidad.