Entre los verdes prados y montes asturianos, surge la magia y el misterio a cada paso... como en este templo que parece edificado por los gnomos.
Templo románico de Santa María la Real, en Logrezana (Carreño, Asturias), destruido y reconstruido en varias ocasiones, ha conseguido llegar hasta nosotros gracias al tesón de un sencillo párroco rural.
En el llano que corre al norte del conjunto dolménico del Monte Areo (Asturias), en el lugar de Castiello, se encuentra el castro celta de La Barrera, fechado hacia el s.VII a.C. Durante la dominación romana, se creó cerca del castro astur un fundus conocido como "Villa Lucretius", por el nombre de su propietario. Esta villa sería el origen del pueblo medieval de Logrezana -Llogrezana, o Llorgozana-, perteneciente al Concejo de Carreño.
Aquí se levantó el Monasterio de Santa María la Real, que figura en las donaciones que Ordoño I y su esposa Mumadona hicieron a la Catedral de Oviedo, en 857: In valle Logrenzana monasterium Sancte Marie.
Fachada de poniente, en el pórtico del templo de Logrezana.
Piñón de la fachada occidental del "cabildo", o pórtico cubierto.
Al margen de que aquel documento sea apócrifo, o no, lo cierto es que en dicho lugar existió un pequeño cenobio para el que, en el s.XII, se alzó un templo románico que todavía conserva la advocación de Santa María la Real. Sin embargo el cenobio debió desaparecer a fines del medievo, pues a partir del s.XIV los documentos citan el edificio como "iglesia" o "feligresía", nunca como monasterio. El único recuerdo actual de su existencia, es la "fuente de los monjes".
El templo románico era un edificio de nave única y ábside recto, con interesantes elementos escultóricos de estilo normando. En el s.XVI sufrió una gran reforma, en su cabecera. El ábside fue sustituido y la ventana románica trasladada, al muro sur, junto al nuevo ábside. También se sustituyeron las bóvedas originales, por otras tardo-góticas.
Rosetón en la fachada de poniente, del templo parroquial de Logrezana.
Pastores y ángeles adorando a Nuestra Señora con el Niño.
Sin embargo el resto del conjunto románico subsistió hasta 1875, cuando el cronista Canella y Secades afirmaba que, al reformarse el templo en dicho año, "quedaba no poco de la antigua fábrica del templo".
Aquel conjunto románico-gótico, era el que contemplaba el escritor Leopoldo Alas "Clarín" (1852-1901) cuando en su juventud acompañaba a su madre, doña Leocadia, durante las vacaciones estivales.
El reformado y remodelado edificio, del s.XIX, resultó incendiado durante la guerra civil de 1936, sufriendo graves desperfectos. Hacia 1940 se inició su consolidación -un tanto apresurada y deficiente-, con las aportaciones que hicieron emigrantes asturianos afincados en Cuba.
Juan el Bautista, cubierto con pieles de camello, portando la concha de bautizar en una mano.
Ventana con celosía calada y leones guardianes.
Pero, como la alegría dura poco en la casa del pobre, en la década de 1960, una fuerte explosión descontrolada, en la cercana cantera, provocó el derrumbe de su bóveda y otros desperfectos. Parecía haber llegado el fin, para el maltrecho templo de Santa María la Real. Entonces, se produjo el "milagro".
En 1960 había sido nombrado párroco de Logrezana don Manuel Martínez González (1926-2008), hombre afable, tímido y de austeras costumbres, una de cuyas grandes pasiones, aparte su sagrado ministerio y la devoción por la Santina de Covadonga, era el arte. Pero este hombre que, en sus frecuentes visitas a Gijón, siempre encontraba tiempo para extasiarse un rato contemplado el mar, no era sólo un soñador sino también un hombre de acción.
Ventana de tracerías en relieve, con representación del bautismo del Cristo en el tímpano.
El "cabildo", o pórtico cubierto, en su ángulo suroeste, con la galería porticada.
Cansado de solicitar ayudas oficiales para la reconstrucción de su parroquia, recibiendo tan sólo muchas buenas palabras y ningún dinero, el sacerdote consideró que quizá la ruina del templo era la forma mediante la cual su dios, cuyos caminos son inescrutables, le daba la oportunidad de ejercer su artesanal pasión de cantero.
Así, a partir de 1970, el párroco-constructor, cual monje de los de "ora et labora", se caló el sombrero de pedir caridad y, asombrando a unos y entusiasmando a otros, fue recabando céntimo a céntimo lo necesario para reparar la maltrecha casa de su Señor. Luego se arremangó la desastrada sotana, tomó maza y cincel... El resto es historia.
Pilares de la galería porticada, con escenas de significado bíblico.
Desde el pavimento hasta las cornisas fue esculpiendo, piedra a piedra, con fiebre de profeta autodidacta y entusiasmado asturianista, recreando un candoroso "románico" entre rústico y surrealista.
Así hizo la puerta sur, una ventana del mismo lado y los canes del alero. Luego..., luego ya no pudo parar y emprendió su "opus magna": un cabildo -pórtico cubierto-, adosado al costado oeste del templo.
Día tras día, mes tras mes y año tras año, a ratos perdidos y horas robadas al descanso, sin descuidar ni un ápice sus labores pastorales, el párroco metido a Magister Constructor fue moldeando los dorados sillares de arenisca, para sacar de ellos los ingenuos personajes simbólicos, hijos de su arte humilde, que pueblan ese pórtico, fantástico remedo de un onírico templo.
Lo dará por finalizado en 1986, tras quince años de trabajo, cuando cumplía los sesenta años de edad.
Pilar del pórtico, la Sagrada Familia con la paloma del Santo Espíritu.
Celosía en ventana calada del pórtico, simbólica y enigmática cruz paté.
Más no hay rosas sin espinas y el entusiasta "cantero" hubo de sufrir críticas sin cuento, voces desalentadoras, reproches y censuras. Por si los inconvenientes "espirituales" no fueran suficientes también tuvo que padecer los físicos, una esquirla desprendida de la piedra le alcanzó en un ojo y perdió la visión del mismo. Otro contratiempo que unir a su temprana pérdida de audición, aunque todo lo supo sobrellevar con entereza, gracias a su fe y al apoyo de sus fieles parroquianos.
A pesar de todo no se desanimó, al contrario, se templó en el crisol de las dificultades. Cuando mostraba a curiosos y admiradores el fruto de sus manos, se emocionaba y emocionaba a quienes lo escuchaban. Cuando defendía su creación ante detractores y voces críticas, lo hacía con claridad retórica, elegancia estilística y primorosa expresividad, bien de palabra o mediante largos escritos de raro preciosismo epistolar.
No pudieron con él los ataques de la "Autoridad Competente" del Patrimonio Nacional, ni las "regañinas" del señor Obispo, ni los ácidos artículos periodísticos, ni las descalificaciones de los "expertos". Su dios, su fe y su pueblo lo respaldaban.
Canecillo que reproduce el templo de San Salvador de Valdedios, "el Conventín".
Don Manuel fue "él y su circunstancia", un cura rural con erudición de seminario, pero también un ser humano que, perseverante, amplió su horizonte cultural cultivando un espíritu curioso y autodidacta. No es la suya la obra de un genio, sino la de un visionario -en el buen sentido del término-, un apasionado que quiso recuperar para su parroquia algo del esplendor ostentado en los tiempos antiguos.
Tiene mucho mérito este sacerdote. Puede que no nos guste el resultado de su obra, que no acabe de convencernos, puede que incluso nos escandalicemos de esta estructura y sus imágenes "naif", adosadas a los restos románicos, pero consideremos en que estado ruinoso encontró la parroquia que le habían adjudicado.
Imaginemos a este amante del arte, recién llegado al lugar, con la maleta a sus pies, parado ante un templo que, sobre estar a punto de venirse al suelo, a fuerza de reformas y reconstrucciones ya no conocía ni la madre que lo parió.
Ventana neo-románica del muro sur, recreada por el párroco-cantero.
Ventana románica original, del muro sur, con rica decoración de espíritu normando.
Como escribió en emotivo artículo necrológico un discípulo del padre Manuel: "Siempre los que no hacen nada son los que salpican a los que se arriesgan a hacer algo".
Esas autoridades, esos expertos y esos periodistas, que tanto lo denostaron con singular hipocresía, nunca antes se ocuparon del estado ruinoso del templo de Santa María la Real de Logrezana. Bien poco que les importó el abandono y la amenaza de hundimiento del edificio, sólo se rasgaron las vestiduras cuando un "don nadie", un candoroso párroco rural con vena artística, se atrevió a restaurar con sus manos ese edificio que a nadie importaba un comino.
¿Su pecado? Que sin ser un genio escultórico o arquitectónico, se atrevió a salvar aquel templo que le habían encomendado cuando se caía a pedazos. Y si tuvo la inaudita osadía de querer dejar allí su huella, al menos su ingenua obra resulta infinitamente menos dañina que algunas "restauraciones de campanillas", realizadas modernamente en templos con mucha más obra románica conservada de la que subsistía en Logrezana.
Portada románica original, en la fachada de poniente, sus capiteles conservan restos pictóricos medievales.
Los motivos de zigzag y ajedrezados, junto a la distribución en el conjunto, delatan el espíritu normando de los canteros que tallaron esta portada.
Si vamos a eso, en Santa María la Real, románico, lo que se dice del románico, apenas quedan restos, aunque las escasas muestras denotan un origen estilístico normando.
Queda la portada oeste, a base de arquivolta en zigzag, chambrana ajedrezada y capiteles vegetales, con los bordes de jambas y arco ornados de banda taqueada. También hay una ventana en el muro sur, procedente del ábside, con chambrana de escamas y arquivolta en zigzag, que tiene un capitel con dragones serpentiformes, entrelazados, más otro de motivos vegetales. De casualidad sobreviven dos o tres canecillos, con personajes músicos y bebedores. Y quizá sea románica, la escueta espadaña bífora sobre el muro de poniente.
Todo ello lo respetó el párroco-cantero, que en lugar de utilizar acero reforzado, metacrilato biselado, hormigón pretensado y mármoles pentélicos, como muchos pretenciosos "restauradores" modernos, se limitó a emplear el material de sus predecesores medievales: la humilde piedra arenisca.
Canecillo original románico, con personaje portando un barril.
Lápida conmemorativa ante el templo de Logrezana, mediante la cual sus vecinos y feligreses agradecen a don Manuel su esforzada labor pastoral y arquitectónica.
A quien corresponda.
Un agradecido discípulo del padre Manuel escribió: "Vivió como un cenobita, sirviendo a su feligresía con fidelidad hasta que no pudo más. Me queda en el recuerdo aquel 'hombrón', de sotana descuidada, tímido, de corazón a tono con su humanidad, que humeaba un cierto candor, con imaginación de artista y alma de pastor. Merece un homenaje".
¿Podría decirse lo mismo de muchas "autoridades competentes", respecto a su labor de salvaguarda y conservación del patrimonio cultural común? Más bien no. Por ello vayan a picota y cepo quienes con su desidia, apoltronamiento, estulticia o mala intención, utilizan sus puestos de responsabilidad en beneficio personal y no en servicio del pueblo que los encumbró al cargo.
En cuanto al "atrevido" párroco, si algún pecado cometió restaurando tan alegremente... que su dios se lo haya perdonado. Nosotros no se lo tendremos en cuenta, pues el templo que él salvó, es hoy tanto un lugar de culto como un lugar cultural, donde se puede asistir a un oficio religioso o a un concierto profano, para goce de vecinos y forasteros.
Salud y fraternidad.