jueves, 22 de mayo de 2008

"¡Morir es dormir... y tal vez soñar!" (Hamlet, acto tercero, escena IV)

Templo de Santa María del Rey, s.XII-XIII, portada sur con nichos adosados y cementerio adjunto, Atienza (Guadalajara). [Diapositiva 3 junio 1990].
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"Todo tiene su momento, y cada cosa
su tiempo bajo el cielo:
su tiempo el nacer,
y su tiempo el morir..."
(Eclesiastés, 3, I-II).
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¿Qué extraño impulso empuja a los humanos, para convertir en cementerios los templos románicos, arruinados o no? ¿El ansia de lo sagrado trascendente, como seguridad ante el incierto Más Allá? ¿Buscar la protección del lugar sagrado, sobre la memoria de los seres queridos? En el medievo, era común enterrar dentro del templo a la clase social más elevada, y en el exterior al resto de los fieles. En siglos posteriores, cuando algún templo era abandonado por su estado ruinoso, los restos pétreos se aprovechaban como capilla del cementerio local, establecido a su alrededor.
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Cementerio levantado con sillares y portada porcedentes de la desaparecida Capilla del Temple, s.XII, Campisábalos (Guadalajara). [Diapositiva 16 abril 1994].
.Cementerio levantado con sillares procedentes de la perdida Capilla de NªSª del Templo, s.XII-XIII, Ceinos de Campos (Valladolid) [Diapositiva 1 noviembre 1993].
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Cuando el templo estaba tan mal, que ni siquiera servía como capilla, sus piedras se utilizaban para levantar el muro del camposanto y, tal vez, su puerta como entrada de éste. Ejemplos tenemos en Campisábalos (Guadalajara), Ceinos de Campos (Valladolid), Ayllón (Segovia), y tantos otros lugares de Celtiberia.
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Templo de NªSª de Cubillas, s.XII-XIII, interior de las naves transformadas en cementerio, Albalate de Zorita (Guadalajara). [Diapositiva 1 noviembre 1988].
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Templo de San Vítores, s.XII, interior de la nave convertido en cementerio, Bárcena de Pienza (Burgos).
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Otra modalidad, fue utilizar parte de los sillares en las tapias del cementerio, el ábside como capilla y, el propio recinto interno de las ruinas, a modo de camposanto. Lo que continúa vigente en nuestros días, a pesar de ser algunas de estas ruinas verdaderos conjuntos monumentales, que contienen elementos primordiales del arte románico. Como el Convento Templario de Albalate (Guadalajara), o las inigualables esculturas absidales del templo de Bárcena de Pienza (Burgos)
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Templo de San Miguel, inicio s.XIII, nichos del cementerio adosados a sus muros, San Pedro Manrique (Soria). [Diapositiva 31 octubre 1995].
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Pero, lo que puede resultar relativamente comprensible respecto a las ruinas, ya no lo es tanto en edificios que, al menos inicialmente, estaban correctamente conservados. Así, el Templo de San Miguel, en San Pedro Manrique (Soria), a cuyos muros se han ido adosando nichos con la misma velocidad que se dejaba arruinar, de forma progresiva y al parecer irreversible.
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Templo de San Martín de Tours, fines s.XII, ventana absidal, Arenillas de Villadiego (Burgos).
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Otra costumbre, no menos indignante, es la de las lápidas. Cuando, finalizada la última guerra civil, el bando ganador quiso honrar a los caídos por su causa, pensó que el lugar más honorable, para las placas conmemorativas, era el muro de los templos. Se puede comprender, en su contexto. Lo que no se comprende es que, para perpetuar esa memoria, hubiese que destrozar algunas partes de los monumentos románicos, como se hizo en Arenillas de Villadiego (Burgos). Allí está la placa, nada menos que en medio de la ventana absidal, cuyo tímpano con decoración vegetal quedó partido, -o el caso de Ortilla (Huesca), donde la placa tapó parcialmente un crismón románico-. ¿Es que el respeto, la memoria y el cariño, por sus difuntos, habría sido menor si hubiesen colocado la placa en un muro lateral, sin romper ni tapar nada?
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Ídem anterior, muro norte con lápidas funerarias.
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Con tal ejemplo, proveniente de las altas esferas, no es de extrañar que las gentes del pueblo llano entendiesen que eso era lo correcto. Así que se aplicaron, con singular perseverancia, a revestir los muros del templo con las lápidas de sus difuntos, pasados y presentes -algunas de ellas han sido colocas muy recientemente-, sin que las autoridades "competentes" hayan ejercido su "competencia" para evitarlo. Y eso que en el pequeño cementerio hay sitio de sobra, para perpetuar con dignidad la memoria de los que partieron, sin tener que lastimar los sillares románicos.
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Templo de Santa Eugenia, s.XII-XIII, muro norte lleno de lápidas, Lences de Bureba (Burgos).
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Esta sinrazón se repite por diversos lugares de la geografía celtíbera, como en Igriés y en Bespén (Huesca), o en Lences de Bureba (Burgos) cuyo muro norte está literalmente atosigado de lápidas funerarias. Casi, casi, como una paráfrasis de los versos del "Tenorio":
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"Ya lo creo; como que esto
era entonces un palacio,
y hoy es panteón el espacio
donde aquel estuvo puesto..."
(Don Juan Tenorio, acto quinto, escena II).
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A quien corresponda. Por consentir el despropósito y la singular desmesura, que representan estas manifestaciones del sentimiento visceral, popular, en un tema doblemente sensible, como es el del respeto a la memoria de los difuntos, y el del respeto a los monumentos que nos dejaron esos difuntos, sea vuesa merced condenado a picota y cepo. A mas de apercibido que, si no intercede para satisfacer ambas necesidades, sufra la pena anexa de que su memoria no quede reflejada en lápida alguna para la posteridad.

miércoles, 14 de mayo de 2008

¡Ojos que no ven... románico que se pierde!

El pueblo de Las Celadas, está apenas a 30 kms al noroeste de la capital burgalesa. El topónimo “celadas” procede de “celata” lugar oculto o escondido, y está documentado en fecha tan temprana como 1014. Llegó a tener cerca de 150 vecinos, a mediados del s.XIX, repartidos entre sus dos barrios, cada uno con parroquia propia, San Esteban y la Asunción. Pero, hacia 1981 desaparece como municipio y es anexionado por Valle de Santibáñez. La emigración había despoblado el lugar, aunque tenía entonces 75 habitantes, que hoy día escasamente llegan a cuatro docenas.
El barrio de la Asunción fue el primero en despoblarse. Su iglesia, románica de finales del s.XII, perdió en 1895 el carácter de parroquia, para convertirse en ermita. Aunque los vecinos continuaban acudiendo a ella, en determinadas festividades o romerías. Cuando el abandono se acentuó, las tradiciones cayeron en el olvido y con ellas el uso de la ermita. Luego llegaron vándalos y saqueadores de todo pelaje. Alguna voz se alzó para denunciar, y muchos oídos se cerraron para no oir lo que no querían, y muchos ojos miraron para otro lado por no ver lo que no deseaban. No hablaremos mucho más, ahí dejamos lo dicho y estas imágenes, para que quien quiera oir, oiga, y el que quiera ver, vea.
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La "idílica" imágen, de la ermita entre las eras, no lo es tanto si empezamos a fijarnos, por ejemplo, en los arbustos que siembran su cubierta, separando las tejas y permitiendo el paso del agua.
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Su ábside, que asienta sobre un inestable terraplén, amenazado por hiedras y jóvenes árboles ve peligrar su estabilidad.
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El lado sur, cercado de zarzas y maleza, se convierte con la primavera en una "selva" amenazadora que cubre de más olvido las románicas piedras.
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La portada primitiva, al sur, es imposible de examinar, pues incluso en invierno está "protegida" por espeso zarzal. En 1798 fue cerrada, para construir un granero adosado hoy desaparecido.
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La puerta del 1798, ha sido literalmente arrancada de sus goznes, por los carroñeros del arte, y cuelga inestable hacia el interior del templo. Las labores agrícolas, con tractores, van arrojando poco a poco tierra sobre esa entrada, que las lluvias arrastran al interior.
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Un interior que da lástima mirar, en el que se aprecia cómo, los saqueadores de tumbas, han levantado las losas sepulcrales, para rapiñar los "tesoros" que, aquellos humildes labradores de antaño, pudieran haber enterrado junto con los cuerpos de sus seres queridos.
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El templo, de un sencillo románico final, no carece de gracia estética, de fina espiritualidad. Una belleza mancillada por ladrones y saqueadores, tanto como por quienes, encargados de velar por su conservación se han desentendido de ello.
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Este ábside fue testigo y partícipe de bautizos, bodas, entierros, plegarias por la lluvia o la sequía, rogativas por las plagas, acciones de gracias por las paces y ruegos en las guerras. Hoy no es más que un triste despojo, de los anhelos y desvelos de toda una comunidad de gentes que, simplemente, querían vivir y mejorar de vida.
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La puerta desvencijada, el coro hundido, y las grietas de la ya deformada bóveda, anunciando lo que ha de venir, a no mucho tardar. El deplome de un mundo que ya no es comprendido, por quien debiera serlo.
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Los capiteles, a pesar del encalado, lucen todavía con cierta dignidad su simbolismo vegetal.
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Hojas y frutos, predican aún su mensaje de regeneración, pero predican en el desierto.
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Dichos frutos, de esperanza, se han convertido en naturalezas muertas por obra y gracia de la humana condición.
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La pila bautismal, como en tantos otros lugares, se ha salvado gracias a su sencillez. ¡Carece de figuras que tienten a los chamarileros y traficantes! ¡Pesa tanto, para lo poco que van a dar por ella!
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Esto es todo cuanto queda del retablo, un trozo de dorada cornisa. Los santos y santas que aquí habitaron, las pinturas con sus vidas y milagros ¿Donde estarán ahora? ¿En que almacen de "anticuario", en que salón de "coleccionista", en que cámara acorazada de nuevo rico, en que sala de juntas de que consejo de administración bancario?
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A quien corresponda. Aunque el reloj corre, todavía es tiempo de salvar este humilde y bello templo. El último grano de arena no ha caído, pero está a punto de hacerlo. Si no rescata este edificio del olvido, porque es pequeño, pobre y "poco turístico", sea condenado a picota y cepo en esta vida. Y a las calderas de Perico Botero, en la otra existencia.

domingo, 4 de mayo de 2008

¿Ermita o Arca de Noé?

Mansilla de la Sierra (La Rioja), el embalse de Mansilla y al fondo la ermita de Santa Catalina. Nótese la marca del nivel máximo del agua y su estado actual.
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Cuando la “fiebre de los pantanos” se extendió por Celtiberia, allá por los años sesenta del siglo XX, numerosos pueblos quedaron sumergidos bajo sus aguas en toda la geografía peninsular. No vamos a entrar en polémicas, sobre la dudosa utilidad y beneficios de tales embalses, ni si podían haberse construido de tal o cual manera para causar menor impacto en el entorno natural. Sobre ese aspecto, “Doctores tiene la Iglesia”.
Lo cierto es que, junto con esos pueblos, perecieron muchas iglesias románicas y de otras épocas, no obstante, hubo algunas que se salvaron. Unas, porque las autoridades “competentes” consideraron que tenían valor histórico-artístico, así que fueron desmontadas y vueltas a montar en lugar seguro. Otras, por pura suerte, ya que, al encontrarse en lugar elevado, ahora quedaban al borde del agua.
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Una de esas afortunadas es la ermita de Santa Catalina, en Mansilla de la Sierra (La Rioja). Aunque sólo queda la mitad del templo, el ábside y un tramo de la nave, debió ser un hermoso ejemplar románico, algunos incluso suponen que pudo tener crucero saliente por los restos estructurales que perduran. Los pocos elementos esculturados, supervivientes, nos hablan de un buen Magister que sabía trabajar la piedra y mostrar los símbolos sagrados con gran belleza.
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No obstante, lo que podía ser un hermoso monumento románico, en un entorno natural sereno y sosegado, es hoy un esperpento surrealista. Las cada vez más frecuentes y prolongadas épocas de sequía, vacían el embalse día a día. Donde había un lago sereno, en el que se reflejaba la nostálgica imágen de la ermita, desaparece, cada vez mas a menudo, para mostrar el triste espectáculo del viejo pueblo de Mansilla. Es decir, las dolorosas ruinas del viejo Mansilla. Entre las que sobresale otro crucero y otro ábside, el del templo parroquial gótico-renacentista.
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Este templo, -levantado entre 1568 y 1603-, igual que en otros tantos lugares fue considerado sin valor y abandonado a su suerte, que ha sido la que se ve. Como un barco, arrojado a la costa tras fuerte tempestad, se deshace a merced de la marea representada por inundaciones y sequías.
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Pero no creamos que el ejemplar románico está completamente a salvo. Se trata de un ejemplar en peligro de extinción. El terreno, en desnivel, debe haber cedido bajo el ábside, asentándose, lo cual ha creado grietas sospechosas en la estructura. Una de ellas, atraviesa parte del muro sur y su contrafuerte. La otra se desliza con lentitud, abriendo el ábside en dos.
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Esta amenazadora fisura, ya ha partido la bellísima piedra que, a modo de vegetal arquivolta, cubre la ventana absidal, y amenaza con crear una brecha irreparable que derribe lo poco que subsiste de este magnífico templo.
A quien corresponda. ¿Tendremos que esperar, impasibles, a que las piedras de la ermita queden desparramadas por esa ladera, a que rueden hasta el fondo del valle para sumergirse en las aguas que miseriocrdiosamente le perdonaron la vida, hace 48 años? ¿Se va a consentir que esta románica "arca de Noé", con sus simbólicas esculturas, se hunda en ese mar menguante que es el embalse de Mansilla? ¡Haga algo y hágalo ya! Si no lo hiciere, condenado sea a picota y cepo, al borde del embalse, durante el mismo tiempo que Noé pasó en su arca.

jueves, 24 de abril de 2008

Et in picota, ego

Templo de San Bartolomé, inicios s.XIII, Cañón del Río Lobos, Ucero (Soria).
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El templo de Artemisa, Diosa Madre negra de Éfeso, séptima maravilla de la antigüedad, fue destruido a causa de un incendio provocado, el 21 de julio del 356 a.C., por un mendigo loco que buscaba así inmortalizar su nombre. Los indignados efesios, hicieron lo posible por borrar todo recuerdo de ese nombre, pero por medio de Estrabón, que era un gran chismoso, sabemos que el incendiario fue un tal Eróstrato. Han pasado 2364 años, pero sus imitadores continúan actuando impunemente. Ese desarreglo de la personalidad, o como queramos llamarlo, por el que ciertos individuos mentalmente débiles se sienten impulsados a reforzar el ego, mediante la difusión de su nombre en los monumentos famosos, es una maldición sin fin. Una horda de tales bárbaros ha pasado por Ucero y violado su sagrado recinto, no conforme con “grafitear” los sillares del ábside, ha mutilado los capiteles de la portada y arrancado sus columnas. El malsano placer de afear la belleza, también se ha globalizado. ¿Somos un poco culpables, quienes ayudamos a popularizar éste mágico lugar?
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Hasta los años 80, del siglo XX, pocos conocían la existencia del templo románico de San Bartolomé de Ucero, en el cañón del río Lobos (Soria), atribuido a la Orden de los Caballeros del Temple. Todo lo más los lugareños, sus vecinos, y quizá algún estudioso local de los templos medievales. Pero entonces aparecimos varios investigadores heterodoxos, jóvenes unos, maduros otros, aunque todos entusiastas e idealistas, que creímos nuestro deber compartir con la humanidad tales maravillas del medievo. En libros, conferencias, revistas y coloquios, dimos a conocer aquellos prodigios de arquitectura y simbolismo, como el templo de Ucero.
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El gusto por la vida y los enigmas medievales se difundió como la pólvora, creció el número de viajeros que acudía a tales monumentos. Y creció tanto, que a los viajeros se unieron los turistas, a éstos los curiosos, y a ellos los ociosos. Esos que se desplazan –viajar es otra cosa mucho más seria-, sólo para ocultar el vacío interior, no para llenar el espíritu. Entre estos se encontraban los modernos “Eróstrato”, aquellos que, al dejar una huella de su paso, creen reafirmar su autoestima diciendo “Yo estuve aquí. ¡Mirad que grande soy!”. Cuando, en realidad, al mancillar los monumentos con sus groseras iniciales, lo que hacen es dejar la brutal marca de sus pezuñas, mientras nos gritan “¡Hacedme caso, no soy nadie y pretendo ser alguien!”.
A quien corresponda. Quiero asumir mi cuota de culpa. Por esta vez y sin que sirva de precedente, voy a ponerme voluntariamente en picota y cepo, a pan y agua, durante siete días con siete noches. Mientras entono un contrito Mea culpa, pues me siento parcialmente responsable de estos desaguisados por haber creído, en mi juvenil ingenuidad, que si enseñaba estas perlas habían de acudir los sabios a admirarlas, pero no los puercos a pisotearlas. Magna mea culpa.

lunes, 21 de abril de 2008

“Dono, donas, donare, donavi, donatum”

Templo de la Asunción, s.XII, Jaramillo de la Fuente (Burgos). ¿Visitable previo pago de un sagrado peaje?
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Cartel en la puerta del templo. [A pesar de tratarse de un cartel colocado en lugar público, hemos preferido omitir el nombre y dirección de los encargados, para preservar su intimidad].
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Aunque hemos escogido, al azar, este lugar concreto, no se trata de una singularidad. Todavía, es relativamente corriente encontrar letreros como el de la foto, donde, en lugar de cobrar una entrada cuyo importe se destine al mantenimiento del templo, se “solicita” un donativo de “cierta cantidad” para poder visitarlo. Sin que sepamos, casi nunca, si tal importe es para gratificar a los cuidadores, ayudar al culto, o socorrer a los necesitados.
Según la Real Academia de la Lengua, donar es: “ceder uno graciosamente a otro alguna cosa”, de aquí viene donativo, que es: “dádiva o regalo”. Condiciones intrínsecas del regalo son, la voluntariedad y la libre elección de su valor. Todas estas premisas son transgredidas, por el cartel de marras, puesto que se está pidiendo el donativo, al tiempo que se marca la cantidad y distribución del mismo: “individual 1 €, colectivo 0,75 €”.
Ergo. Si es “regalo”, o sea “ceder graciosamente”, no puede estar delimitado por una cantidad predeterminada, porque entonces ya no es “dádiva”, sino precio establecido. Y si es “precio establecido”, no puede ser “donativo”. Ítem mas, si es “cesión graciosa”, no puede ser solicitada previamente, y mucho menos prohibir la entrada al lugar si uno se niega, en ejercicio de su libre voluntad, a pagar este “peaje”, porque entonces se convierte en algo odioso, un chantaje.
O sea que, cuando menos, el cartel resulta confuso pues pervierte el sentido de la palabra “donativo”. Y, en el peor de los casos, es engañoso. Cuando encontramos este tipo de avisos, huimos de tales lugares como de la peste, porque evocan en nosotros aquel epíteto que el Galileo dedicó a los fariseos: “sepulcros blanqueados”. ¿Acaso, a las “autoridades” que colocaron el aviso, les avergüenza cobrar entrada a un templo, o sea “la Casa de Dios”, y quieren disimularlo bajo el equívoco nombre de “donativo”? ¿Es que tienen mala conciencia, porque se sienten herederos de aquellos mercaderes que Cristo, -con escasa caridad cristiana, todo hay que decirlo-, expulsó del Templo a latigazos? (Juan 2, 13-17).
Eso sin entrar en penosos detalles, sobre la consabida prohibición de “realizarse fotos o videos”, sangrante herida de nuestro espíritu para la que no tenemos cura.
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Los chillones carteles, del sistema de alarma, "decoran" los románicos muros.
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¿Alarma para el románico, o románico alarmante?
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En cuanto al no aclarado destino de los “donativos”, puede que su importe vaya a sufragar los gastos del sistema de alarma con que se ha provisto el edificio. Un sistema, quizá, práctico y necesario, pero que podían haber instalado con menos ostentación, sin atosigar las románicas paredes de carteles “disuasorios”, tan amarillos como antiestéticos.
A quien corresponda. Cuando en tantos lugares, mujeres y hombres, a veces de avanzada edad, se encargan generosa y desinteresadamente de custodiar las llaves de los templos rurales, hacernos de amables guías según sus posibilidades culturales, animarnos a hacer fotos, y entablar amistosa charla sin pedir nada a cambio, ¿se puede consentir un sinsentido como el de los “donativos obligatorios”? Ponga coto a tales desmanes, preferimos pagar una entrada, legal y establecida, antes que un farisaico “donativo”. Si no lo hiciere, sea puesto en picota y cepo, con la prevención de que puede ser azotado como aquellos mercaderes del Templo de Salomón.

viernes, 18 de abril de 2008

Contrafuerte contra ventana

Templo de San Juan, s.XII-XIII, Villavega de Aguilar (Palencia).
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Chapuza moderna y contemporánea, un pesado contrafuerte ha tapado la hermosa ventana románica. ¿Por siempre, siempre, jamás?
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Templo de Santa María, s.XII, Villahizán de Treviño (Burgos).
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Ingeniosa solución del Magister constructor románico, contrafuerte y ventana absidal en una sola pieza.
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Cuanta diferencia, entre el saber hacer del Magíster Constructor medieval y la improvisación del “chapuzas” moderno. En Villahizán, el constructor consideró necesario situar un contrafuerte en mitad del ábside, pero no por eso renunció al vano que había de dar luz a su interior, abrió la ventanita en el contrafuerte, integrándola en la estructura de refuerzo. La funcionalidad quedó a salvo y el sentido estético también.
Por contra, en Villavega, cuando se hizo evidente el desplome de la bóveda absidal, el albañil encargado de poner remedio al percance, no tuvo mejor ocurrencia que colocar un grueso contrafuerte, tapando por completo la ventana románica. Igual efecto habría logrado, con dos estructuras menores a cada lado, e incluso con una solución similar a la de Villahizán, dejar un hueco por el que contemplar la ventana.
Pero es que, para cuando se hizo la obra de Villavega, ya hacía muchos siglos que la sensibilidad románica había desaparecido. Y todavía no parece que la hayan recobrado algunos. ¿Por qué no se actuó, sobre esta ventana y contrafuerte, en las recientes obras de restauración? ¿Cuestión económica o de insensibilidad? Bien está respetar ciertas transformaciones, ocurridas en el devenir histórico de los monumentos, pero ¿es admisible esto, incluso para las chapuzas, por muy históricas que sean?
A quien corresponda. No pretenda ser más papista que el papa, un pesado contrafuerte que tapa una hermosa ventana románica, no es más que una antiestética chapuza, por muy práctica que resulte. Consentir que persista, cuando existen alternativas, es algo peor que chapuza. Es ignorancia, dejadez, indiferencia, o todo a un tiempo. Vaya pues a picota y cepo, por todo ello, hasta que ponga remedio al desaguisado.

martes, 15 de abril de 2008

“Dicen que Sabatini pone faroles”.

Templo de San Julián, s.XII-XIII, Castilseco (La Rioja).
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Templo de San Martín, s.XII, Fonzaleche (La Rioja).
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En la simpática zarzuela “El barberillo de Lavapiés” (1874), ambientada en el Madrid de 1770 con una mezcla de humor y crítica política, cuando el enamorado quiere comparar los ojos de su amada con dos soles utiliza estos versos, en los que, de paso, critica la actuación de uno de los ministros italianos de Carlos III, el arquitecto Sabatini, quien, a su entender, iluminó demasiado generosamente las oscuras calles de Madrid:
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Dicen que Sabatini pone faroles,
porque no ve los rayos de tus dos soles,
abre los ojos y el los irá apagando
poquito a poco, poquito a poco
”.
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Quizá debiéramos cantárselos a muchos regidores actuales, celtíberos y bien celtíberos, que “ponen faroles” y además generosos metros de cable, donde más cómodo les parece: ¡En los ábsides románicos!
Esta costumbre, extendida como una plaga por toda la geografía ibérica, nos llena de perplejidad. Tanto poner luces y demuestran tener menos que un mosquito. Aunque quizá todo sea con buena intención.
¿Lo harán por ahorrarse el poste y, con ello, algo del presupuesto municipal que procede de los impuestos de sus convecinos? ¿Lo harán porque, su sentido de la estética, les dice lo “bonito” que hace tan “sabia” conjunción de elementos antiguos y modernos?
¿Lo harán, amada mía, porque no ven los rayos de tus dos soles...?
A quien corresponda. Mande a los atrevidos munícipes detener su fiebre “farolera”, en vista de que cuando el buen dios repartió el sentido común ellos se quedaron a dos velas. Déles un cursillo acelerado, de luminotecnia, en relación al patrimonio monumental. Ilumine sus entendederas para que alumbren dignamente los pueblos, sin ofender a la historia, ni al buen gusto, ni a la estética románica. Si no lo hiciere, sea puesto en picota y cepo hasta que se le encienda la bombilla de la sensatez.

viernes, 11 de abril de 2008

¡Vente a Alemania, Pepe!

Comido por la maleza, doblegado por los elementos, el lugar de Ahedo de Bureba (Burgos), es un ejemplo lamentable de despoblado a causa de la emigración. Su templo parroquial, s.XII-XIII, ahogado por zarzas y arbustos, cede poco a poco al abandono para caer en el olvido.
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Apenas si podemos aproximarnos, la vegetación se lo traga todo y muros, que resistieron siglos, van siendo abatidos inexorablemente.
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Esquivando zarzas podremos, acaso, acceder al interior, por una puerta que conoció tiempos mejores. Todo lo que tenía algún valor ha desaparecido, sólo alguna figura, maltrecha e insignificante, delata que allí hubo un templo románico, tardío, pero de rico simbolismo.
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Sin bóveda, que ahora yace en el suelo, arcos y muros se encogen, se deforman, como avergonzados de que alguien pueda ser testigo de su decadencia.
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Sillares bien escuadrados, unidos una vez en perfecto equilibrio, a imagen y semejanza del equilibrio cósmico, se rinden a su destino. Dejados de la mano de Dios, pero todavía dignos, hacen un último esfuerzo para no ser vencidos por la ley de la gravedad, la más grave de todas las leyes del universo.
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En la década de los años cincuenta, del siglo veinte, comenzó en España un fenómeno migratorio, causante de un cataclismo en la distribución poblacional del país. Las gentes abandonaban los pueblos, en busca de un porvenir mejor, para dirigirse a las grandes capitales, como Barcelona, Madrid, Bilbao, o a lugares más inhóspitos y lejanos, Alemania, Francia, Australia, en la presunción de que, por muy duros que fuesen los trabajos que allí se ofertaban, al menos la ganancia había de ser mayor que en su tierra natal.
El caso es, que muchos pueblos se acabaron vaciando. Al principio, los emigrados volvían regularmente al terruño, luego, los grupos familiares, crearon vínculos en su nuevo lugar de residencia y las visitas se espaciaron. Al cabo, fallecieron los más ancianos, abuelos, padres. Y entonces, ¿a qué volver?
Unos pocos pueblos, más afortunados, se recuperaron como lugar de vacaciones o destinos turísticos de atractivo variado. Los menos favorecidos, han visto morir sus últimos habitantes y caer las abandonadas casas una detrás de otra. Las tierras quedaron baldías, o pasaron a manos de multinacionales que las gestionan por su valor agrícola, maderero, o como cotos de caza. Así, por toda la geografía española, con más incidencia en lugares especialmente deprimidos por su carencia de recursos alternativos, quedan las cicatrices de aldeas y pueblos en ruinas.
Dentro de muchos de esos despoblados malviven, o “malmueren”, los monumentos históricos y artísticos que, durante siglos, habían servido a la comunidad. Castillos, puentes, casonas, iglesias, molinos, ferrerías, de diferentes épocas y en variado grado de conservación, quedaron a merced de los elementos. Y, lo que es peor, a merced de la rapacidad humana. El “Estado” tenía otras preocupaciones más apremiantes, así que, o no se enteró, o miró para otro lado, o fue cómplice. Saqueadores y carroñeros, de todo pelaje, hicieron cantera de los monumentos abandonados a su suerte. Perra suerte. Como si intentaran seguir a sus vecinos emigrados, muchos monumentos emprendieron viaje a las capitales nacionales, o al extranjero, enteros o por trozos. Museos y colecciones particulares engrosaron sus fondos, los intermediarios llenaron su bolsa, algún párroco obtuvo lo suficiente para tapar goteras en su templo... Y todos, todos, perdimos más de lo que nadie ganó.
Todavía hoy, podemos ver en ciertos lugares apartados –aunque, a veces no tanto- esas heridas, abiertas y supurantes, de nuestra geografía, que son los pueblos en ruinas. Y en ellos, el castillo, el puente, o la iglesia, convertidos en cantera, arrasados hasta los cimientos, o derrumbándose a cámara lenta.
A quien corresponda. Corríjase, aprenda de los errores pasados, no podemos recuperar lo perdido, pero podemos impedir que se continúe perdiendo lo que todavía queda. Porque, a pesar de todo, algo queda. Rectifique, si no lo hiciere, sea puesto en picota y cepo hasta mostrar sincero arrepentimiento.

jueves, 3 de abril de 2008

¡A ver, quién es el que lo tiene más grande!

Templo de San Pelayo, final s.XII, Valdazo de Bureba (Burgos).
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Ni de lejos, ni de cerca. Hay que hacer malabares, para evitar el cartelón y obtener una foto, o simplemente para contemplar el monumento. [Foto cortesía de Pata de Oca].
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Templo de la Natividad, s.XII, Lara de los Infantes (Burgos).
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Aquí, los cartelones han empezado a caer. Alguien, con presunta buena voluntad, los apoyó sobre la fachada.
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Sin embargo, la buena voluntad supone una mala sujección y el cartelón principal yace, peligrosamente oxidado, sobre la hierba ante la puerta del templo.
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Esencia de la humana condición es, presumir de sus buenas obras. Pecadillo venial, relativamente perdonable, pues satisface el ego y engorda la autoestima. Aún a costa de olvidar el evangélico precepto: “Que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda”. Lo grave es, cuando el “pecadillo” deriva hacia pecado. Mortal de necesidad, si el autor pasa, de presumir, a meternos sus acciones por los ojos. Tal acostumbran a hacer los “responsables”, de las más variopintas administraciones públicas. No hay calle asfaltada, acera ampliada, jardín remodelado, estación, guardería, o centro cultural, inaugurados, en los que no se coloque el correspondiente cartel que, a gran tamaño, en vistosos colorines, con buena letra, nos anuncia quién, cómo y cuándo, ha encargado la obra. Y, por supuesto, cuantos miles de euros de nuestros impuestos se ha gastado en ello. Un cartel para el que, cada estamento, ministerio y autonomía, compite en tamaño. ¡A ver quién es el que lo tiene más grande!
Tales cartelones, situados siempre en lugar destacado, y casi siempre estorbando, suelen permanecer allí hasta que el clima los deteriora. O hasta que, las siguientes elecciones, cambien el color político de los dirigentes que pusieron el trasto, porque los nuevos “mandamases” se apresurarán a crear sus propios cartelones después de mandar quitar los precedentes.
Estos heraldos publicitarios, alcanzan el culmen de su molesta incomodidad cuando son colocados ante un monumento. Entonces pasan, de ser una presuntuosa impertinencia, a ser una intolerable pesadilla visual. Cuando, con lo que se gastan en ellos, bien podrían señalizarse los edificios con discretos paneles explicativos.
A quien corresponda. Deje de pavonearse, sobre lo que hace y deja de hacer, con unos dineros que no son suyos, sino de los contribuyentes. Deje de arrojarnos a la cara, lo "bueno" que es y lo que "se preocupa" de nuestros monumentos. Líbrenos de la insoportable levedad de sus antiestéticos cartelones, o al menos tenga una pizca de compasión y sitúelos donde no tire por tierra la belleza del monumento, ese que presume de haber arreglado. Si no lo hiciere, vaya a picota y cepo, por un tiempo igual al que tarde la Madre Naturaleza en hacer desaparecer dicho engendro publicitario.