Templo de San Martín, s.XII, Fonzaleche (La Rioja).
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En la simpática zarzuela “El barberillo de Lavapiés” (1874), ambientada en el Madrid de 1770 con una mezcla de humor y crítica política, cuando el enamorado quiere comparar los ojos de su amada con dos soles utiliza estos versos, en los que, de paso, critica la actuación de uno de los ministros italianos de Carlos III, el arquitecto Sabatini, quien, a su entender, iluminó demasiado generosamente las oscuras calles de Madrid:
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En la simpática zarzuela “El barberillo de Lavapiés” (1874), ambientada en el Madrid de 1770 con una mezcla de humor y crítica política, cuando el enamorado quiere comparar los ojos de su amada con dos soles utiliza estos versos, en los que, de paso, critica la actuación de uno de los ministros italianos de Carlos III, el arquitecto Sabatini, quien, a su entender, iluminó demasiado generosamente las oscuras calles de Madrid:
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“Dicen que Sabatini pone faroles,
porque no ve los rayos de tus dos soles,
abre los ojos y el los irá apagando
poquito a poco, poquito a poco”.
“Dicen que Sabatini pone faroles,
porque no ve los rayos de tus dos soles,
abre los ojos y el los irá apagando
poquito a poco, poquito a poco”.
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Quizá debiéramos cantárselos a muchos regidores actuales, celtíberos y bien celtíberos, que “ponen faroles” y además generosos metros de cable, donde más cómodo les parece: ¡En los ábsides románicos!
Esta costumbre, extendida como una plaga por toda la geografía ibérica, nos llena de perplejidad. Tanto poner luces y demuestran tener menos que un mosquito. Aunque quizá todo sea con buena intención.
¿Lo harán por ahorrarse el poste y, con ello, algo del presupuesto municipal que procede de los impuestos de sus convecinos? ¿Lo harán porque, su sentido de la estética, les dice lo “bonito” que hace tan “sabia” conjunción de elementos antiguos y modernos?
¿Lo harán, amada mía, porque no ven los rayos de tus dos soles...?
A quien corresponda. Mande a los atrevidos munícipes detener su fiebre “farolera”, en vista de que cuando el buen dios repartió el sentido común ellos se quedaron a dos velas. Déles un cursillo acelerado, de luminotecnia, en relación al patrimonio monumental. Ilumine sus entendederas para que alumbren dignamente los pueblos, sin ofender a la historia, ni al buen gusto, ni a la estética románica. Si no lo hiciere, sea puesto en picota y cepo hasta que se le encienda la bombilla de la sensatez.
Quizá debiéramos cantárselos a muchos regidores actuales, celtíberos y bien celtíberos, que “ponen faroles” y además generosos metros de cable, donde más cómodo les parece: ¡En los ábsides románicos!
Esta costumbre, extendida como una plaga por toda la geografía ibérica, nos llena de perplejidad. Tanto poner luces y demuestran tener menos que un mosquito. Aunque quizá todo sea con buena intención.
¿Lo harán por ahorrarse el poste y, con ello, algo del presupuesto municipal que procede de los impuestos de sus convecinos? ¿Lo harán porque, su sentido de la estética, les dice lo “bonito” que hace tan “sabia” conjunción de elementos antiguos y modernos?
¿Lo harán, amada mía, porque no ven los rayos de tus dos soles...?
A quien corresponda. Mande a los atrevidos munícipes detener su fiebre “farolera”, en vista de que cuando el buen dios repartió el sentido común ellos se quedaron a dos velas. Déles un cursillo acelerado, de luminotecnia, en relación al patrimonio monumental. Ilumine sus entendederas para que alumbren dignamente los pueblos, sin ofender a la historia, ni al buen gusto, ni a la estética románica. Si no lo hiciere, sea puesto en picota y cepo hasta que se le encienda la bombilla de la sensatez.
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