Cuando la “fiebre de los pantanos” se extendió por Celtiberia, allá por los años sesenta del siglo XX, numerosos pueblos quedaron sumergidos bajo sus aguas en toda la geografía peninsular. No vamos a entrar en polémicas, sobre la dudosa utilidad y beneficios de tales embalses, ni si podían haberse construido de tal o cual manera para causar menor impacto en el entorno natural. Sobre ese aspecto, “Doctores tiene la Iglesia”.
Lo cierto es que, junto con esos pueblos, perecieron muchas iglesias románicas y de otras épocas, no obstante, hubo algunas que se salvaron. Unas, porque las autoridades “competentes” consideraron que tenían valor histórico-artístico, así que fueron desmontadas y vueltas a montar en lugar seguro. Otras, por pura suerte, ya que, al encontrarse en lugar elevado, ahora quedaban al borde del agua.
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Lo cierto es que, junto con esos pueblos, perecieron muchas iglesias románicas y de otras épocas, no obstante, hubo algunas que se salvaron. Unas, porque las autoridades “competentes” consideraron que tenían valor histórico-artístico, así que fueron desmontadas y vueltas a montar en lugar seguro. Otras, por pura suerte, ya que, al encontrarse en lugar elevado, ahora quedaban al borde del agua.
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A quien corresponda. ¿Tendremos que esperar, impasibles, a que las piedras de la ermita queden desparramadas por esa ladera, a que rueden hasta el fondo del valle para sumergirse en las aguas que miseriocrdiosamente le perdonaron la vida, hace 48 años? ¿Se va a consentir que esta románica "arca de Noé", con sus simbólicas esculturas, se hunda en ese mar menguante que es el embalse de Mansilla? ¡Haga algo y hágalo ya! Si no lo hiciere, condenado sea a picota y cepo, al borde del embalse, durante el mismo tiempo que Noé pasó en su arca.
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