.jpg)
"Todo tiene su momento, y cada cosa
su tiempo bajo el cielo:
su tiempo el nacer,
y su tiempo el morir..."
(Eclesiastés, 3, I-II).
.
¿Qué extraño impulso empuja a los humanos, para convertir en cementerios los templos románicos, arruinados o no? ¿El ansia de lo sagrado trascendente, como seguridad ante el incierto Más Allá? ¿Buscar la protección del lugar sagrado, sobre la memoria de los seres queridos? En el medievo, era común enterrar dentro del templo a la clase social más elevada, y en el exterior al resto de los fieles. En siglos posteriores, cuando algún templo era abandonado por su estado ruinoso, los restos pétreos se aprovechaban como capilla del cementerio local, establecido a su alrededor.
.

.
Cementerio levantado con sillares procedentes de la perdida Capilla de NªSª del Templo, s.XII-XIII, Ceinos de Campos (Valladolid) [Diapositiva 1 noviembre 1993].
.
Cuando el templo estaba tan mal, que ni siquiera servía como capilla, sus piedras se utilizaban para levantar el muro del camposanto y, tal vez, su puerta como entrada de éste. Ejemplos tenemos en Campisábalos (Guadalajara), Ceinos de Campos (Valladolid), Ayllón (Segovia), y tantos otros lugares de Celtiberia.
.

Otra modalidad, fue utilizar parte de los sillares en las tapias del cementerio, el ábside como capilla y, el propio recinto interno de las ruinas, a modo de camposanto. Lo que continúa vigente en nuestros días, a pesar de ser algunas de estas ruinas verdaderos conjuntos monumentales, que contienen elementos primordiales del arte románico. Como el Convento Templario de Albalate (Guadalajara), o las inigualables esculturas absidales del templo de Bárcena de Pienza (Burgos)
.

Pero, lo que puede resultar relativamente comprensible respecto a las ruinas, ya no lo es tanto en edificios que, al menos inicialmente, estaban correctamente conservados. Así, el Templo de San Miguel, en San Pedro Manrique (Soria), a cuyos muros se han ido adosando nichos con la misma velocidad que se dejaba arruinar, de forma progresiva y al parecer irreversible.
.
.Otra costumbre, no menos indignante, es la de las lápidas. Cuando, finalizada la última guerra civil, el bando ganador quiso honrar a los caídos por su causa, pensó que el lugar más honorable, para las placas conmemorativas, era el muro de los templos. Se puede comprender, en su contexto. Lo que no se comprende es que, para perpetuar esa memoria, hubiese que destrozar algunas partes de los monumentos románicos, como se hizo en Arenillas de Villadiego (Burgos). Allí está la placa, nada menos que en medio de la ventana absidal, cuyo tímpano con decoración vegetal quedó partido, -o el caso de Ortilla (Huesca), donde la placa tapó parcialmente un crismón románico-. ¿Es que el respeto, la memoria y el cariño, por sus difuntos, habría sido menor si hubiesen colocado la placa en un muro lateral, sin romper ni tapar nada?
.
.
Con tal ejemplo, proveniente de las altas esferas, no es de extrañar que las gentes del pueblo llano entendiesen que eso era lo correcto. Así que se aplicaron, con singular perseverancia, a revestir los muros del templo con las lápidas de sus difuntos, pasados y presentes -algunas de ellas han sido colocas muy recientemente-, sin que las autoridades "competentes" hayan ejercido su "competencia" para evitarlo. Y eso que en el pequeño cementerio hay sitio de sobra, para perpetuar con dignidad la memoria de los que partieron, sin tener que lastimar los sillares románicos.
.Templo de Santa Eugenia, s.XII-XIII, muro norte lleno de lápidas, Lences de Bureba (Burgos).
.Esta sinrazón se repite por diversos lugares de la geografía celtíbera, como en Igriés y en Bespén (Huesca), o en Lences de Bureba (Burgos) cuyo muro norte está literalmente atosigado de lápidas funerarias. Casi, casi, como una paráfrasis de los versos del "Tenorio":
.
"Ya lo creo; como que esto
era entonces un palacio,
y hoy es panteón el espacio
donde aquel estuvo puesto..."
(Don Juan Tenorio, acto quinto, escena II).
.
A quien corresponda. Por consentir el despropósito y la singular desmesura, que representan estas manifestaciones del sentimiento visceral, popular, en un tema doblemente sensible, como es el del respeto a la memoria de los difuntos, y el del respeto a los monumentos que nos dejaron esos difuntos, sea vuesa merced condenado a picota y cepo. A mas de apercibido que, si no intercede para satisfacer ambas necesidades, sufra la pena anexa de que su memoria no quede reflejada en lápida alguna para la posteridad.