miércoles, 11 de enero de 2012

Leache, en busca del templo perdido...

Templo parroquial de la Asunción de Nuestra Señora, Leache (Navarra).

Cuando llegamos al bello y tranquilo pueblecito navarro de Leache, en al valle de Aibar, nos reciben las ruinas fortificadas del Palacio Viejo y, en la plaza, la mole de su parroquial dedicada a la Asunción de Nuestra Señora, obra de los ss.XII-XIII, con un enigmático tímpano tardo-románico. Sin embargo, el mayor tesoro del lugar es ahora invisible. Sus piezas, como las de un olvidado rompecabezas, han sido dispersadas a tontas y a locas.
En el testamento de Sancho Garcés III "el Mayor", figura esta villa como "Legiaxi", cuya etimología nos orienta hacia el origen latino del enclave. La existencia aquí de un poblado tardo-romano, sobre un castro autóctono, puede darnos una pista sobre la persistencia de ciertos símbolos, comunes a la cultura celtizada de los pueblos originarios del lugar, que aparecen en el templo románico de San Martín de Tours.

Esto es cuanto queda del templo de San Martín de Tours, el arranque de los muros y la fachada oeste.

Y la calzada romana, que unía Aibar con el valle de Orba pasando por Leache, explica el camino jacobeo que, en el medievo, transitaba por estos pagos. Cuya importancia queda demostrada por el Hospital de Peregrinos que los caballeros de San Juan establecieron aquí, en 1165, dando lugar a la Encomienda de Liase, o Leax, la principal de Navarra en los siglos medios, cuando en 1195 Sancho VII "el Fuerte" les hace donación de la villa.
Levantado a comienzos del s.XII, sobre los cimientos de una desconocida construcción anterior que algunos dicen visigoda, reutilizando algunos de sus elementos, el templo de San Martín era un bello ejemplar románico, pleno de simbolismo ancestral. Sin embargo, entre todos lo desmontaron y el solito se arruinó...
  
La fachada oeste, en cuyo interior, contra toda lógica, los "restauradores" han adosado una fuente.
La misma fachada oeste, en 1927, con los restos de la portada sur.

En la desamortización de Mendizábal, se expropiaron las posesiones sanjuanistas, y para la década de los años cuarenta, del s.XIX, el templo se encontraba abandonado y en incipiente ruina.
Además, no había propietario conocido que se hiciera responsable, pues quienes compraron las tierras de la encomienda sanjuanista no reclamaron nunca el templo, seguramente para no tener que atender a su mantenimiento.
Los lugareños, como gente práctica, pronto iniciaron el "reciclaje" de aquellas venerables piedras, "que nadie quería", convirtiendo el complejo sanjuanista en cantera para sus necesidades particulares.

Numerosas casas del lugar están levantadas, en todo o en parte, con sillares del templo sanjuanista.

Lo más grave es que, desde 1839, esos vecinos estaban siendo azuzados en dicha labor destructiva por su párroco, fray Agustín Estanga, quien los animaba a utilizar en sus obras la piedra de aquellos edificios. ¡Incluida la del precioso templo románico!
Desde ese momento, sus restos se dispersaron por todo el pueblo, donde no hay casa, corral, o calle, en que no encontremos sillares, capiteles, ventanas, pilares...
Item mas. Los avispados vecinos, espoleados por la bendición eclesiástica, emplearon fustes y dovelas como elementos de las tumbas de sus familiares, en el camposanto del lugar. Algo idéntico, a los sucedido con el incomparable santuario del Temple en Ceinos de Campos (Valladolid).

La vieja fuente románica, con el lavadero público adosado. 
Fuente románica y lavadero público, en 1926.

En 1868, el Ayuntamiento, siguiendo el ejemplo del "párroco reciclador", reutilizó muchos sillares, con marcas de cantero, para dotar de cubierta el lavadero público. En 1905, la corporación municipal hizo la "fuente nueva", y no tuvo mejor ocurrencia que emplear en ella gran parte de la portada del templo sanjuanista, incluido el precioso tímpano con símbolos célticos, el cual no tuvo empacho en taladrar para incrustarle dos caños de agua. En 1927, el Ayuntamiento construye "la carnicería", detrás de la parroquial, y para ahorrarse los costes, emplea sillares, basas y dovelas, del saqueado templo.
El párroco, que tan alegremente había invitado sus feligreses a ese "festín", hizo lo propio, tomando cuanta piedra esculpida le pareció oportuna. Todavía hoy, en la parroquial de Nuestra Señora, dos capiteles vegetales sirven como pie de altar, otro, con águilas explayadas, fue convertido en pila benditera, otro más, se transmutó en pila bautismal, y algunos canes se empotraron en el muro.
  
Arquivoltas y tímpano de la portada de San Martín, finalmente recolocada en la base de la torre parroquial, con una placa alusiva a la guerra civil de 1936.
Los restos de la portada sanjuanista, en 1928, cuando el ayuntamiento hizo con ellos la Fuente Nueva.

En 1955, el Ayuntamiento, en vista del abandono en que se encontraba la Fuente Nueva, desmonta el invento, y en connivencia con el párroco de turno, traslada la portada románica, allí reutilizada, a la base de la torre parroquial, junto a la portada sur de dicho templo. Donde la reconvierten, mediante el añadido de la placa marmórea correspondiente, en surrealista monumento, "a los caidos" del bando vencedor en la guerra civil de 1936.
Al menos, en su nuevo emplazamiento, puede ser comparada con la portada románica de la parroquial, y no sufrirá la erosión de cuando era "rústica fontana".

Aquí estaba la portada sur del templo sanjuanista. 
Los restos de la portada, en su emplazamiento original, ya sin el tímpano, en 1928.

Para 1955, la fama de Leache, como lugar donde obtener piedra buena y barata, se ha extendido. Y el padre Recondo, que está restaurando ese "parque temático de la fe más rancia" que es el castillo de Javier, acude a las ruinas de San Martín, y toma "prestados" la mayor parte de los sillares de sus muros laterales, contrafuertes, jambas de la portada, capiteles, y cuanto le parece de utilidad para su "excelsa obra javierina".
Según sus propias palabras, donde deja constancia de la dudosa titularidad del lugar, al tiempo que se descarga en otros por posibles responsabilidades: "Tanto el Sr. Doncel, presunto propietario, como el párroco Rvdo. Sr. Hernandorena, actual canónigo de Roncesvalles, accedieron al traslado de los capiteles al castillo de Javier, para su seguridad y conservación..." (sic). ¿Para su seguridad y conservación?
En 1974, bien porque no encontraban acomodo para las diversas piezas y les estorbaban en el castillo, o bien porque les remordía la conciencia, los responsables de Javier entregaron muchas de tales esculturas al Museo de Navarra. 

Escaleras en el atrio de la parroquial, construidas con dovelas del templo sanjuanista. 
Al inicio de dichas escaleras, encontramos las piezas de una arquivolta abocelada del perdido templo.

En la década de los cincuenta, del s.XX, el Ayuntamiento, continuando una política municipal que ya duraba casi cien años, utilizó once dovelas y arquivoltas, en el primer peldaño de una escalera de acceso al atrio de la parroquial, repara el murete que la circunda con más sillares sanjuanistas y pavimenta este espacio con losas traídas del arruinado templo.
Del saqueado edificio, apenas quedan huellas de los cimientos, cubiertos de maleza, y el hastial de poniente, que se salva porque entonces, en un último rasgo de genialidad municipal, le encuentran utilidad como pared del frontón local.

El hastial de poniente, reutilizado como parte del frontón local.

Por fin, en 1994, los preocupados munícipes, derriban "la carnicería" levantada en 1927, y devuelven los sillares sanjuanistas al expoliado templo. ¿Cómo? Re-reutilizándolos para mejorar el frontón y, por iniciativa de los vecinos, realzar los cimientos perimetrales de la construcción, mediante varias hiladas de sillares, que marcan sobre el terreno, con cierta dignidad y exactitud la planta del templo.
Eso es todo. Aunque los habitantes actuales lamenten la actitud de sus antepasados, y luchen por recuperar en lo posible los restos del pasado, el mal ya está hecho. El magnífico templo, que alzaron aquellos caballeros de la orden militar y hospitalaria de San Juan de Jerusalén, ya no volverá a mostrar su airosa figura por encima de Leache.

En el interior, se encuentran algunos restos esculturados en grave estado de deterioro. 
Curiosa basa de una semicolumna adosada, junto al ábside, con figuras de animales.

A quien corresponda. Vaya usted a... picota y cepo, por los siglos de los siglos, como consentidor de la ruina, expolio y destrucción de una joya tal del arte románico. ¿Pero hay algún modo de aliviar esta condena? Quizá.
Sabemos que la villa de Leache tiene pocos vecinos, pero muy concienciados de los valores que poseen, y por eso, ansiosos de regenerar su patrimonio cultural, han iniciado una meritoria labor de restauración -ahí está el loable ejemplo de la "fuente vieja", del s.XIII-.
Sería deseable, que las "autoridades competentes" se implicaran en estos proyectos y, dentro de lo posible, las piezas que todavía están en poder de los vecinos pudieran pasar a formar parte de un pequeño museo, o como ahora es moda llamarlos: "Centro de interpretación del románico", en el propio pueblo. Donde junto con paneles ilustrativos a base de fotos antiguas, planos, alzados, maquetas y reproducciones de los elementos que se hallan en el Museo de Navarra o en el Castillo de Javier, se contase la turbulenta historia de este magnífico templo. Para honra del pueblo, desagravio del arte, escarmiento de clérigos, oprobio de munícipes, y ejemplo a las generaciones futuras. 

[Nuestra gratitud al amable vecino, residente en lo que resta de la Encomienda Sanjuanista, por sus informaciones in situ, durante nuestra visita en abril de 2011. También, al Ayuntamiento de Leache, por los datos y fotos antiguas aportados de su página web http://www.leache.es/es/lugarygente/historia/].

Salud y fraternidad.

jueves, 29 de diciembre de 2011

"Stultia gaudium stulto..."

En Poza de la Sal, villa burgalesa de muchos encantos y muy buenas gentes, también "cuecen habas". Llegamos allí un atardecer, del pasado mes de agosto. 
Primeramente, en la Oficina de Turismo nos atendió un joven, en extremo amable, que nos llenó los bolsillos de folletos informativos, además de las precisas indicaciones que nos dio de palabra, y si no se vino con nosotros, a enseñarnos los tesoros del lugar, fue porque sus obligaciones lo retenían en el "chiringuito".
Luego, como íbamos sedientos, paramos en el típico bar "El Molino", que con sus floridas macetas pone una agradable nota de color en la calle medieval. 

La simpática "mesonera" se desvivió por servirnos, al tiempo que, con pocas palabras, nos ilustraba sobre las excelencias artísticas del vecino templo, como si, en vez de bar, aquello fuese sucursal de la mentada Oficina de Turismo.
Con tan buenos antecedentes humanos, con tan enfervorizadas recomendaciones monumentales, abandonamos el bar, convenientemente refrigerados, y nos encaminamos llenos de optimismo hacia el templo de los santos Cosme y Damián, aquellos hermanos médicos, y mártires, que desde la portada renacentista custodian el gótico interior, repleto de curiosos capiteles simbólicos.

Estábamos haciendo fotos de esa portada, entretenidos en los detalles que la componen: una vista general, las esculturas de los santos, unas pinturas sobre la "Letanía Lauretana"... ¡Hombre, por la puerta, abierta de par en par, se aprecia un interior que el sol poniente ilumina como sólo él sabe hacerlo...!
Nos acercamos hacia el abierto portalón, sin llegar a rozar el umbral siquiera, intentando acomodar nuestra vista a la penumbra y contraluz interiores, al tiempo que con el zoom tomábamos una foto de sus dorados sillares.
Y entonces, ocurrió el cataclismo.

Del interior del templo surgieron unas voces estentóreas, unos gritos desaforados: "¡Está prohibido hacer fotos! ¡No se puede fotografiar! ¡Deje de hacer fotos!".
Apartamos la vista de la cámara y la dirigimos hacia el lugar de donde procedían aquellos aullidos inhumanos, para encontrarnos al fondo de la nave con un hombre que nos pareció de cierta edad -la lejanía y la penumbra no nos permitían distinguir bien-, y que debía ser el vigilante porque continuaba su amenazadora letanía antifotográfica, mientas gesticulaba con los brazos como si intentase exorcizarnos.

Entonces, reparamos en que a nuestra izquierda, junto a la puerta del templo, unido al cartel que anunciaba los horarios de visita, había también el consabido y diabólico cartelito de: "No se permite hacer fotografías o vídeo". Claro que, nosotros, interpretamos que aquella prohibición solo era válida para quien estuviera en el interior del templo, así que respondimos al airado guardián: "Estamos en la calle y aquí hacemos las fotos que queramos, faltaría más".
Según dice el mítico Libro de los Proverbios [Vulg. Prov. 15, 21], stultia gaudium stulto..., o sea: "El necio halla placer en sus necedades...", quizá por eso aquel indivíduo, imbuido de la "sagrada misión" de impedir toda acción fotográfica en aquel lugar, respondió con escasa caridad cristiana: "Ni en la calle, ni leches, aquí no se hacen fotos...", etc, etc. Y mientras vociferaba, gesticulante, se abalanzó hacia la puerta, quien sabe con que "justicieras" intenciones. 
En vista de lo cual, recogimos velas, y antes que aquel endríago llegase a pisar el umbral, pusimos pies en polvorosa, porque es de sabios evitar tener cuestiones con majaderos.

"De cuantas cosas me cansan
fácilmente me defiendo,
pero no puedo guardarme
de los peligros de un necio".
[Lope de Vega, La Dorotea].

A quien corresponda. Ponga firmes, de una vez, a tantos y tantos guardianes de templos, que para hacer cumplir las absurdas leyes, que les han ordenado aplicar, no dudan en emplear la violencia verbal y, ocasionalmente, la física. Ponga firmes a tantos y tantos "legisladores" necios, que prohiben la fotografía por el placer de prohibir. En caso contrario, vaya usía a picota y cepo, hasta que estos indivíduos, los guardianes y quienes los azuzan, recobren la cordura, la buena educación y el trato afable con los visitantes.

Salud y fraternidad.

sábado, 17 de diciembre de 2011

San Vicente de Maluca, esqueleto de piedra.

El templo de San Vicente, en el despoblado de Maluca, se desmorona a la sombra del centenario tejo sagrado.

En el entorno de los monasterios de San Pedro de Arlanza y Santo Domingo de Silos, hay un pequeño valle recorrido por el río Velarroyo, el cual se une al río Arlanza en la vecina Lerma. Próximo a su cabecera, se encuentra el despoblado de Maluca (Burgos). Aunque lo único que allí subsiste, son las ruinas del templo románico de San Vicente, convertido en ermita del cercano lugar de Cebrecos.
Para llegar hasta dicho enclave, es preciso acercarse a Cebrecos y preguntar a sus vecinos. Hubimos de interrogar, sucesivamente, a dos de ellos, quienes inicialmente respondieron a nuestra interrogación con otra:

Una señora, a la entrada del pueblo:
-Por favor, para llegar hasta la ermita de San Vicente, ¿por dónde podemos ir?
-¿Es que vienen para arreglarla?

Un anciano señor, al otro extremo del lugar:
-¿Por aquí vamos bien para la ermita de San Vicente?
-¿Les mandan para repararla?  

Se trata de un curioso ejemplar románico, arcaizante, con ábside recto de tradición visigoda, construido con la vieja técnica del encofrado de cal y canto.

¿Nos confundían con ingenieros de la Junta de Castilla-León, o simplemente expresaban su amargura por el estado del templo? No obstante, después de tan sorprendentes preguntas, puramente retóricas y con un punto de socarronería, ambos vecinos se apresuraron a indicarnos amablemente el camino rural que debíamos tomar, su pertinente bifurcación, la fuente donde aparcar el coche, la loma que debíamos ascender, y la desviación que no debíamos tomar...
Tras tomar la desviación que no era, y tener que retroceder, por fin lo encontramos, sobre una loma entre campos arados, medio oculto en un bosquecillo de encinas, a la sombra del centenario tejo sagrado. Tendido al sol y las nieves de Castilla, el esqueleto del viejo templo se desmorona un poco con cada estación, resignado, en espera de regresar al polvo del que nació, y del misericordioso olvido de la humanidad que lo abandonó.

La portada, junto con los canes, son los únicos elementos en piedra tallada, con una sencillez no exenta de simple belleza.

Esta comarca, de pequeños valles, estrechos cañones, y colinas poco elevadas, estuvo relativamente poblada en la antigüedad, sus castros celtíberos conocieron una ocupación importante durante el bajo imperio romano, cuando fueron incluidos en una red viaria, norte-sur, que potenció el trasiego comercial.
Durante el periodo visigodo y musulmán, la zona se llenó de pequeños eremitorios, muchos de ellos rupestres, excavados en las laderas rocosas, que al producirse la repoblación castellana fueron sustituidos por monasterios románicos, los cuales pronto alcanzaron merecida fama.
Uno de estos es el cenobio femenino de San Mamés y Santa Columba, en términos del pueblo de Ura, sobre el pintoresco desfiladero del río Mataviejas, en el lugar donde hubo un castro de los celtíberos turmogos, luego fuerte romano, y más tarde fortaleza visigoda.
Con motivo de la repoblación castellana, del s.IX, el lugar se constituyó en capital del Alfoz de Ura, al que pertenecían gran parte de los pueblos vecinos: Covarrubias, Puentedura, Retuerta, Castroceniza, Quintanilla del Agua, Cebrecos y Maluca, entre otros.

El interior del templo, como un esquelto descarnado, presenta toda la triste realidad de una original estructura abocada a desaparecer.

Según el Libro Becerro de Arlanza, en 930, el conde Fernán González recibe un pacto de obediencia de doña Eufrasio, abadesa de San Mamés de Ura. El poderío inicial del Monasterio, se vio ensombrecido y postergado por otros monasterios vecinos, que acabaron por quitarle protagonismo, mermando sus riquezas e influencia.
En 1042 es donado al Monasterio de Arlanza, por Fernando I. No obstante todavía tenía cierta pujanza, pues que aqui salieron monjas para restaurar el Monasterio de Santa Coloma, en el pueblo riojano de igual nombre, cercano a Nájera, al que llevaron reliquias de santa Columba de Sens, copatrona del monasterio burgalés.

En la más pura tradición visigoda, el espacio absidal se constituye como un lugar íntimo, misterioso, prácticamente aislado de la nave por un estrecho vano.

San Mamés de Ura, aparece citado de nuevo hacia 1062, cuando María Fortúniz da al Monasterio de Arlanza sus derechos en Cebrecos y Maluca. Pero, hacia 1152, la villa de Ura y su alfoz, ha sido donada al Monasterio de Silos, aunque sus habitantes continuaron disfrutando el fuero de caballeros, que les correspondía como cabecera de alfoz.
El lugar de Maluca, junto con Cebrecos, perteneció a la Orden de Santiago -no sabemos desde que fecha-, aunque en 1345 estaban en manos del rey Alfonso XI, quien los dio a Fernán Sánchez de Valladolid, el cual los entregó en permuta a Santo Domingo de Silos ese mismo año.
¿Eran estos bienes de procedencia templaria, como el vecino Retuerta, -recordemos que sólo hacía 33 años que la Orden había sido disuelta-, y por eso los santiaguistas se desprendieron de ellos?

La carcoma del tiempo y los elementos van haciendo su despiadada labor, arruinadas las cubiertas sus cornisas van cayendo y arrastran los canes del alero.

Mediado el s.XIX, Madoz cita el lugar de Maluca como despoblado: "desp., en la provincia de Burgos, partido judicial de Lerma; su término redondo pertenece a los puebos de Nebreda y Cebrecos, teniendo este último la jurisd.; en él no existe mas que la iglesia, que demuestra ser de mucha antigüedad; a la cual concurren en letanía los dos pueblos..." (Madoz, Diccionario, 1845-1850).
En el templo, de una sola nave y cabecera recta, únicamente los vanos, arcos y cornisas, se trabajaron con piedra tallada, el resto destaca por su curiosa forma constructiva, a base de encofrado de cal y canto, sistema habitual en tierras de Soria y Segovia, pero raramente utilizado en las comarcas burgalesas, tan sólo en Maluca, y en dos ermitas de Quintanilla del Agua y Mercadillo. La técnica consistía en realizar un encofrado, relleno de piedra y cascajo mezclado con mortero, el cual se revestía de otra fina capa de mortero, cubierta con cal, que se pintaba para embellecer los muros. Un sistema más barato que el de sillares tallados, y casi tan resistente como aquel. 
  
Algunas piezas del alero, se mantienen en un equilibrio imposible, en espera del próximo golpe de viento que las derribe para siempre.

Este edificio se puede datar a mediados del s.XII, y su ornamentación es muy sencilla, en la portada una arquivolta de botones florales, y en las jambas arista abocelada. Los canes se alternan, frutos, cabezas humanas  y animales, en los pocos originales que subsisten, lisos los sustitutos de época indeterminada.
Las opiniones están divididas, sobre si la pila románica, adornada con tallos vegetales y arquerías, conservada en la parroquial de Cebrecos, procede de Maluca, aunque es muy probable.
En la actualidad, el templo está completamente abandonado a su ruina, y abocado a la desaparición, con la bóveda de la nave caída al suelo, aunque el enigmático ábside conserva la suya. Los vecinos han realizado labores de limpieza, extrayendo los escombros, pero eso no evita que diversas partes de la ruina, como cornisas y canes, continúen cayendo al suelo.

Del muro norte se desprenden, poco a poco, los escasos canes labrados que todavía quedan en el templo.

Entre sus descarnados muros, todavía parecen escucharse las estrofas que los romeros cantaban el Domingo de Resurrección, en honor de las divinidades judeo-cristianas, pero que a nosotros nos recuerdan cánticos de la Antigua Religión, en honor del renacimiento de Atis y otros viejos dioses, como anuncio de la regeneración primaveral.

"Esta noche han florecido
flores, rosas y claveles,
así florezca, señores,
la gracia entre las mujeres.
Esta noche han florecido
muchas flores en los montes,
así florezca, señores,
la gracia en todos los hombres".

Un canecillo, representando un fruto, símbolo de regeneración vital, yace sobre el suelo, como una amarga metáfora sobre el destino de este templo...

A quien corresponda: Dese prisa en remediar este abandono, este cruel olvido, antes que, a manos del tiempo y los saqueadores, desaparezca del todo esta pequeña joya del románico burgalés, muestra de la rica historia castellana en tiempos de la repoblación. En caso contario, vaya usted condenado a picota y cepo, en cualquiera de las muchas picotas que todavía abundan por estas tierras burgalesas, aherrojado de pies y manos, hasta que su señoría caiga también en el abandono y el olvido.

Salud y fraternidad. 

viernes, 11 de noviembre de 2011

Románico "jurásico" de 98 0ctanos...

Durante una cuarentena larga de años, del pasado siglo XX, Celtiberia tuvo un régimen político que carecía por completo de sentido del humor, aunque todos hiciesen humor a su costa. En dicho contexto el director de cine Rafael J. Salviá realizó en 1955 una película titulada "¡Aquí hay petróleo!", en la que, con fina y premonitoria gracia, se caricaturizaban las fantasías petroleras del régimen junto a sus ansias de autosuficiencia energética.
Porque, en esa década de los 50, la compañía CAMPSA andaba perforando los sembrados de patatas en la comarca burgalesa de La Lora, segura de que aquello era otro "Texas". De pronto, el 6 de junio de 1964, comenzó a brotar petróleo y se desató la locura, todos estaban seguros que la apretada vida de estos lugares, la miseria del país entero, iba a desaparecer, porque España se convertiría en el "Golfo Pérsico" de Europa. Los jerarcas del régimen, inflamados de ardor patriótico-económico-religioso, declararon lindezas de semejante calibre: "Este es el mejor regalo que Dios puede hacer a España..." 
Quintanilla de Escalada (Burgos), la "Casa del Médico", que reutiliza piezas románicas del perdido Monasterio de San Martín de Escalada.

Luego, todo quedó en nada. Aquel "oro negro" era de muy pocos quilates, se trataba de un crudo de baja calidad, que no puede emplearse para uso automovilístico y sólo es útil como combustible industrial. Esto, unido a que el yacimiento está fragmentado en numerosos pequeños pozos, que se agotan rápidamente, impide una explotación comercial rentable.
Así pues, la miseria no sólo no se apartó de estas tierras, sino que se acrecentó, sus habitantes continuaron emigrando a las grandes urbes, en busca del sustento que no les daban sus sembrados, ni el apestoso petróleo. Muchos pueblos languidecieron y acabaron por desaparecer, sus ruinas pueden verse hoy desparramadas por estos bellos y terribles páramos.
Canes y relieves románicos, en la "Casa del Médico".

Cerca de los "campos petrolíferos" de Valdeajos, Sargentes de la Lora y Ayoluengo, se encuentra Quintanilla de Escalada, en un bello enclave natural, bajo la sombra de Peñamayor, a orillas del padre Ebro.
En 1964, se instaló en las afueras del pueblo, junto a la carretera Burgos-Santander, la Estación de Carga del petróleo que había comenzado a extraerse en los pozos burgaleses, pero no tuvieron otro lugar "más adecuado", para tal menester, que el lugar exacto donde había estado enclavado el Monasterio de San Martín de Escalada.
Piezas del Monasterio de San Martín, en la "Casa del Médico".

A mediados del s.IX, el conde don Fernando y su esposa doña Godina, vienen con gentes de procedencia astur a repoblar el cercano castro de Siero, en Valdelateja, del que subsiste la ermita de Santa Céntola, con elementos mozárabes.
Ellos serán quienes den "al abad Roldán y sus compañeros", monjes de procedencia desconocida, quizá astur-leoneses desplazados por los musulmanes, el templo de San Martín de Escalada, que transformaron en cenobio desde el que atender las necesidades espirituales de los colonos.
Alero románico de entrelazos, en la "Casa del Médico".

El asentamiento prosperó, y en 1141 el Monasterio de San Martín de Escalada, convertido en  un edificio románico de cierta entidad y belleza, es citado en un diploma del rey Alfonso VII. Sus crecientes derechos y privilegios, serán confirmados por Alfonso X, en 1262.
Cuando en 1339, Alfonso XI, vuelva a confirmar sus numerosas posesiones, ya no se habla de monjes, sino de canónigos, porque entre esas dos fechas el cenobio se ha transformado en abadía, sin que conozcamos el motivo.
Alero románico vegetal, en la "Casa del Médico".

En 1541, la abadía pasa a depender de la de Aguilar de Campoo, y comienza su decadencia, por la desidia que los canónigos de Aguilar manifiestan en la administración. En 1675, se autoriza poner pila bautismal en la ermita de San Román, en Quintanilla, porque "la abadía de San Martín, está lejos, mal atendida por los canónigos de Aguilar y con muchas humedades". En 1710, un visitador escribe: "La iglesia, muy fuerte, a lo antiguo y con sus molduras muy curiosas por fuera. Solo le han quedado algunas ruinas del claustro. Está en despoblado..." En 1785, unicamente quedaba en pie la mitad del templo, que durante el s.XVIII acabó de arruinarse lentamente.
Ermita de San Roque, en Quintanilla de Escalada.

A partir de ahí, el viejo cenobio y abadía, quedó convertido en cantera para los vecinos de Quintanilla, quienes tomaron cuantas piedras quisieron, para construir sus casas, reparar muros de las huertas, levantar cochiqueras, cercar prados, hacer establos, etc, etc.
Hoy día, podemos contemplar el mayor conjunto de piedras románicas en la llamada "Casa del Médico", que tiene empotradas en su fachada diversas piezas labradas: varios canes, un relieve, aleros con ajedrezado, vegetales y entrelazos. En la ermita de San Roque, del 1604, hay dos capiteles del monasterio a cada lado del altar, en los cuales figuran animales del bestiario y cabezas humanas entre vegetales. En 1910, escondida detrás del retablo, se encontró una "Cruz bizantina", en forma de Tau, con esmaltes, perteneciente al monasterio, que fue "trasladada" al Museo Catedralicio de Burgos.
Interior de la ermita de San Roque, con dos capiteles del monasterio a cada lado del altar.

Es posible que, en otras casas del pueblo, haya más piedras románicas, aunque en el lugar nadie suelta prenda. Y bien que hacen, teniendo en cuenta lo sucedido con la Cruz, además de los relatos que cuentan los ancianos sobre "los petroleros yankis".
En los años 60, durante la construcción de la petrolífera Estación de Carga, dicen quienes lo vieron, que un ingeniero americano encontró enterrados algunos capiteles románicos -no hay acuerdo en el número, entre uno y cinco-, "labrados con curiosas figuras", y se los llevó a su país "sin que ninguna autoridad pusiera reparos"...
Ermita de San Roque, capitel con animales y rostros humanos.

No parece que el Monasterio de San Martín de Escalada llegase a tener la importancia que otros cenobios próximos, pero en su ámbito representó un referente cultural, religioso y económico, de cierta entidad durante el medievo, protegido y favorecido por nobles y monarcas. Los escasos restos pétreos que nos han llegado, y las referencias documentales, nos indican que pudo no ser especialmente importante, pero si muy interesante artísticamente hablando.
Ermita de San Roque, otro capitel del desaparecido monasterio.

En la actualidad, mientras en alguno de estos lugares se proyecta hacer un "Museo del Petróleo", para inmortalizar aquel fiasco, la petrolera británica Leni Gas & Oil, que compró en 2007 un yacimiento que nadie quería, intenta resucitar aquel sueño y anuncia que extraerá los cien millones de barriles que se estima quedan en aquellos páramos. Cien millones de crudo lleno de impurezas, de dudoso refinado, de mínima rentabilidad, pero que de ser despreciado, como combustible, ha pasado a ser "sospechosamente" solicitado como tal por la compañía BP que pretende refinarlo en Castellón. 
¿Se trata de un nuevo delirio industrial? ¿Una oscura operación económica? ¿Una nueva tragedia para la comarca, sus pueblos y su patrimonio cultural?
Dólmenes, menhires, villas romanas y templos medievales, han "convivido", mal que bien, con los pozos petrolíferos, e intentan "convivir" con los modernos aerogeneradores que invaden la comarca. ¿Se romperá ese statu quo, con el nuevo "cuento de la lechera" de los nuevos buscadores de oro negro? 

A quien corresponda: Se ruega que no permita una nueva degradación, cuando no destrucción, social, cultural y natural, de la zona, bajo el pretexto del "progreso económico", que bien puede esconder algún turbio negocio relacionado con el "oro negro". En caso contrario, vaya a picota y cepo por tiempo indefinido, y a ser posible, sea mantenido dentro de un barril de crudo repleto de "jugoso" petróleo burgalés.

Salud y fraternidad. 

Sobre el tema petrolífero burgalés, consultar:

jueves, 22 de septiembre de 2011

¿Dónde están las estelas, matarile, rile, rile...?

La ermita de Nuestra Señora de San Salvador, en Santibáñez de Esgueva (Burgos), en agosto de 1982. En primer término se distinguen algunas de sus estelas discoideas, procedentes del cementerio medieval.

Santibáñez de Esgueva (Burgos) es hoy un apacible lugar, cargado de historia y poco más. La importancia que pudiera tener en siglos pasados, ha desaparecido. El rollo jurisdiccional de su plaza, ocasionalmente utilizado como picota, es hoy tan sólo un elemento decorativo para gozo y solaz del turista ocasional.
En las afueras del pueblo, "a un tiro de piedra", se encuentra la ermita románica de San Salvador, s.XII, popularmente conocida como "Nuestra Señora de San Salvador", aunque quizá debiera llamarse "Nuestra Señora de las Sirenas", por la profusión con la que tales simbólicas damas de agua abundan en este pequeño templo de secano...
Acostado en una ladera de empinado cerro, el edificio tiene un árduo acceso a pie desde la carretera, aunque viniendo del pueblo todo es llano. Lógicamente, cuando lo descubrimos al azar, el 9 de agosto de 1982, fue desde la carretera, y hubimos de coronar trabajosamente la cuesta de marras.

[Diapositivas de las estelas, tomadas el 9 de agosto de 1982].

Por fortuna, en ocasiones, estos esfuerzos deparan singulares sorpresas. Así, cuando culminamos la subida, jadeantes bajo el sol canicular, descubrimos con asombro una serie de seis estelas discoidales "sembradas" ante la ermita, al borde del camino y del terraplén, tres de ellas tan erosionadas que no se distinguían apenas sus relieves.
Como era de rigor, de inmediato, sin encomendarnos a Dioses ni a Diablos, comenzamos a tomar fotos de estas venerables piedras, recuerdo de tumbas hace siglos olvidadas.

Pero, como la alegría dura poco en la casa del pobre, de improviso nos vimos agredidos por una voz estridente, airada, cargada de rencor: "¡A ver, tanta foto, tanta foto! ¡Que van a desgastar las piedras! ¿O es que piensan llevárselas...?"
Quien así nos interpelaba, no era otro que un rapaz de entre diez y doce años, el cual, junto con otros gallitos de su edad y atrevida catadura, había llegado allí desde el cercano pueblo, todos a lomos de bicicleta, en cuanto se percataron de nuestra presencia.

Al principio no les hicimos caso, y continuamos nuestra fotográfica labor, como si en vez de por furibundos rapaces fuésemos estorbados por molestos moscardones. Pero los chavales, al ver nuestra indiferencia redoblaron sus vocingleros ataques. Envalentonados por su "capitán", varios de ellos se sumaron hasta formar un coro de "voces blancas", que nos increpaba inmisericorde.
Según supimos luego, sospechaban que fuésemos "ladrones de piedras", porque, desgraciadamente, en años pasados unos cacos habían "afanado" al menos la mitad, "las mejor plantás", y si no las rapiñaron todas es porque fueron sorprendidos a media faena.

Al cabo, sucumbimos ante los belicosos mozalbetes y, a duras penas, los apaciguamos explicándoles la inocente naturaleza investigadora de nuestro "asalto" fotográfico. Cierto que tardamos un rato en ganarnos una escasa cuota de confianza, pero al final depusieron su actitud de rechazo, y si bien no se rindieron incondicionalmente, al menos llegamos a un razonable statu quo, que nos sirvió para obtener interesante información sobre aquellas estelas medievales. Aunque no toda la que hubiésemos querido, porque continuaron recelando de nosotros hasta que partimos.

Según afirmaba uno de los montaraces zagalejos, su abuelo le había dicho que, donde ahora se veían seis, antaño había allí su buena docena de esas "piedras de los muertos" y que por ser cosa de difuntos había que respetarlas. Otro aseguraba que, según su tío, eran parte de un cementerio muy viejo, y que las cruces y dibujos de las "lápidas de los antiguos" eran para espantar a los demonios. Finalmente, el "capitán" de la tropa, sabía por labios de su tía abuela, que aquellas "piedras encantadas" era mejor no tocarlas, porque eran cuanto quedaban de una brujas petrificadas que se reunían allí para sus aquelarres en tiempos de Maricastaña.

Sin embargo, el recelo de los mozuelos estaba justificado y bien justificado. Para nuestro duelo, hemos vuelto por Santibáñez de Esgueva, el 21 de agosto de 2011. Al subir la empinada cuesta, el alma se nos cayó a los pies.
Ni en el borde del camino, ni ante la ermita tostada por el inclemente sol agosteño, quedaba rastro alguno de aquellas estelas que los envalentonados e ingénuos zagales pretendieron defender de nuestra cámara fotográfica, hacía veintinueve años y doce días... Sus "piedras de los muertos", "lápidas de los antiguos", o "piedras encantadas", se han hecho humo bajo el tórrido sol mesetario.

Entre la paja seca que orilla el camino, quedan únicamente unas escuetas depresiones, allí donde las estelas del cementerio medieval estuvieron sólidamente unidas a la tierra.
Los mozalbetes de nuestra belicosa tropa, serán ahora hombres hechos y derechos, cuarentones dispersos por la geografía hispana, que habrán olvidado ya aquel episodio chusco y enternecedor, cuando con la inconsciencia propia de la edad se enfrentaron a unos adultos que creían "ladrones de piedras", para defender el patrimonio de sus mayores, ignorado y olvidado por quienes debían ocuparse de su conservación. Por quienes han consentido que, finalmente, los peores temores de aquellos chiquillos se hicieran realidad.

Despojada de aquellas humildes, al par que singulares estelas, la ermita de Nuestra Señora de San Salvador, continúa acostada en la olvidada ladera. Su peculiar silueta lombarda, sigue oteando la castellana estepa cerealista, hoy un poco más pobre, un poco más triste, porque han desaparecido aquellas piedras que hacían soñar a los niños y fabular a los ancianos.
En esta ocasión, nadie nos recibió y nadie nos despidió, hicimos sin oposición alguna cuantas fotos quisimos, pero algo en nuestro interior echó en falta la algarabía justiciera de aquellas voces infantiles.

A quien corresponda: en el propio Santibáñez de Esgueva, hay todavía una preciosa picota, en la cual deberán ser encadenadas las "autoridades competentes", por su desidia e incompetencia a la hora de proteger el patrimonio cultural. Quédense allí, a pan y agua, tostándose bajo el sol agosteño y tiritando bajo las heladas invernales. A ver si hay suerte y acude algún espíritu maligno, de esos que aparecen sobre los románicos capiteles, para robarles su negra alma.

Salud y fraternidad. 

domingo, 17 de julio de 2011

De Soria al Pirineo. León Leví, la sombra del "Judío Errante" (y II)

Un pequeño cenobio románico, reconstruido a base de unir varios restos medievales de diferente procedencia, en la finca pirenaica "Vora el Ter", de Camprodon (Girona). [Foto, por cortesía de http://amajaiak.blogspot.com/].

[CONTINUACIÓN]

A cuantos aman las tierras de Soria, y su magnífico arte románico, recomendamos vivamente una visita al bello pueblo de Camprodon. No, no se alarmen. Los rigurosos calores del verano no han debilitado nuestro raciocinio, haciéndonos desvariar. Sabemos perfectamente, que ese pueblo está en Cataluña, junto a la frontera con Francia, y que no tiene nada que ver con Soria. ¿O acaso, sí?
Camprodon, patria chica del universal compositor Isaac Albéniz, es una apacible población de Girona, enclavada en la zona pirenaica del Ripollès, a caballo entre los ríos Ter y Ritort. Nacida hacia el siglo X, a la sombra del Monasterio de Sant Pere que edificó Wifredo II de Besalú, prosperó gracias al mercado concedido por Ramón Berenguer III, en 1118, al fortificado Puente Nuevo, que en el siglo XII unió las dos partes de la villa que separaba el río Ter, y al rango de villa real alcanzado en 1252.
Tras atravesar numerosas vicisitudes históricas, perteneciendo indistintamente a la Corona de Aragón, Francia y España, pasó a gozar de un apacible olvido, hasta que se puso de moda entre la burguesía catalana, como lugar de reposo en verano y de actividades deportivas en invierno.

A fines del siglo XIX, el pionero impulsor de Camprodon, entre la burguesía, fue el alcalde de Barcelona Dr. Bartomeu Robert. Esta primera oleada, de ricos veraneantes, levantó sus mansiones en el Paseo de la Font Nova. La creciente popularidad del lugar, propició una segunda oleada de ricos propietarios, que instalaron sus casonas en el Paseo del Prado, acabado hacia 1927, cuando cambió su nombre por el del promotor de la obra, Francisco C. Maristany.
Aunque sus mansiones, llamadas "torres" -lo que en otras regiones llaman "chalets"- son de variados estilos, desde el modernista al historicista, no falta ninguna en la que, de una u otra manera, no se incrusten elementos medievales, góticos o románicos: ventanas, capiteles, almenas, escudos nobiliarios, esculturas, etc. Elementos que hacen de este paseo, un verdadero museo al aire libre, aunque se trate de un museo restringido, pues sus propietarios sólo dejan a la vista las pocas piedras que las tapias, setos, verjas y arboledas no ocultan al ojo inquisitivo del paseante. 
Si pudiéramos entrar, libremente, en tales "torres", quedaríamos asombrados al ver que guardan más obras de arte medieval que el Museo Nacional de Arte de Cataluña. Todo ello no tendría mayor interés, pues estos ricos burgueses se han limitado a buscar tales piezas entre los anticuarios, y suponemos que éstos las compraron legalmente a los propietarios de las abandonadas ruinas de toda Cataluña, e incluso más allá. Mucho más allá...

Hacia la mitad del paseo, se encuentra la finca "Vora el Ter", su "torre" fue incautada por el Comissariat d'Assistència als Refugiats, de la República, durante la guerra civil de 1936, para alojar refugiados. La casona quedó muy deteriorada, y al finalizar la contienda sus propietarios, el industrial Cayetano Vilella Puig y su esposa María Dolores Ferrer-Piera, encargaron la reparación al arquitecto F. Mitjans. Éste levantó también, en 1943, el conjunto monumental que semeja un pequeño monasterio románico. 
Es la "torre" más singular de todo el Passeig Maristany, porque aunque hacia el exterior sólo deja ver la estructura frontal de un templo románico, con rica portada de columnas decoradas y capiteles historiados, más las esculturadas ménsulas del alero, en su interior guarda una segunda portada con un raro tímpano, varias ventanas de capiteles figurativos, algunos sepulcros, escudos nobiliarios, diversos elementos visigodos, y un pequeño claustro con bellos capiteles. Alberga, además, diversas colecciones de arte, entre las que sobresale una de cerámica.
   
El "claustro" del conjunto de "Vora el Ter", que algunos afirman proceder de una presunta galería porticada, sin datos fidedignos que lo apoyen. [Foto, cortesía de C. de la Casa y J.J. Ruíz].

Pero el interés de ese decorado seudo-románico, reinventado simulacro medieval, a base de anónimos elementos de ignorada procedencia, estriba en que la portada principal, con los canes del alero, tienen un origen declarado. Estas piedras de "Vora el Ter", son unas viejas conocidas nuestras...
En 1952, la revista Celtiberia publicaba un artículo de Juan Antonio Gaya Nuño, titulado "Dos reliquias sorianas de arte y literatura en Cataluña", en el que, describiendo su estancia en tierras catalanas, levantaba un pico del velo de misterio que cubría el desmantelado templo de San Esteban "el viejo", en San Esteban de Gormaz (Soria):
"Siempre supuse que las piedras y capiteles salvados habrían emigrado a Norteamérica, y que, por no ser piezas de primera categoría, difícilmente serían publicadas.
En ambos errores quedé por espacio de años, hasta que, cierto día, recibí la visita de don Cayetano Vilella, culto y acaudalado industrial de Barcelona, pero oriundo de Camprodon (Gerona). Dicho señor me aseguró que en esta ciudad quedaba lo mejor y más característico de la iglesia de San Esteban. Y, en efecto, allí estaba, es decir, sus puertas, canecillos, ventanas y capiteles, componiendo una iglesita en las inmediaciones de Camprodon, en una deliciosa finca propiedad del Sr. Vilella".

Las piedras sorianas, que en 1925 estaban en dos vagones de la estación barcelonesa de Morrot, reaparecen de pronto, en 1943, como materiales de construcción de una mansión pirenaica. ¡Durante esos dieciocho años habían permanecido dentro de España, en cualquier almacén, y a la venta! ¿Para eso se tomó León Leví, "el Judío Errante", tantas molestias?
Este curioso giro del destino, parece corroborar aquellas viejas sospechas: ¿Utilizó, el trapacero judío, las piedras de San Esteban "el viejo", como tapadera para escamotear sus pinturas, alejándolas de Soria, puesto que, una vez en Barcelona, sacarlas de España era para él un juego de niños? ¿Explicaría eso, que las piedras permaneciesen en España, puesto que el verdadero negocio de León Leví estaba en las pinturas, y por ello vendió los sillares a cualquier anticuario catalán, quien los tuvo almacenados hasta que don Cayetano Vilella los compró, para construir esa particular fantasía románica en su finca, "Vora el Ter", de Camprodón?

No nos resistimos a citar el agudo comentario de Gonzalo Santonja Gómez-Agero, en su espeluznante obra "Museo de niebla. El patrimonio perdido de Castilla y León", quien define así este despropósito:
"De San Esteban de Gormaz, adustas tierras sorianas del Cid, a Camprodon, en Gerona, la distancia medida en piedras, lleva desde el territorio de la suicida inconsciencia hasta el paraíso de los apaños".
Porque, un enloquecido "apaño", es lo que ha resultado el fantástico decorado románico de "Vora el Ter". Allí, ni están todas las piedras que son, ni son todas las piedras que están.
Recordemos, que los vagones de León Leví contenían 19 toneladas de piedras. Pero el volumen de los despojos de San Esteban "el viejo", existentes hoy en la "torre" de Camprodon, no alcanza dicho peso ni de lejos. La portada, ha visto reducida su anchura a la mitad, al faltar dovelas de sus arquivoltas. Hay tan sólo quince ménsulas, cuando de Soria salieron cuarenta. La bella ventana absidal, con moldura ajedrezada, no aparece por parte alguna. Etc, etc, y más etc.

El resto de elementos románicos, existentes en "Vora el Ter", son de origen desconocido. El señor Vilella, o no conocía su procedencia, o no deseaba revelarla. Esto ha propiciado, que algunos "audaces" investigadores, aventuren que el actual "claustro" está formado por los elementos de la "galería porticada" de San Esteban "el viejo"... Bonita teoría, pero debe ser descartada, porque ningún documento antiguo, ni de la época del derribo, ni anterior, cita ninguna galería en el expoliado templo.
Otros han atribuido, al mismo San Esteban, la portada lateral con tímpano que da al "claustro", cuando tampoco documento alguno cita una segunda portada, en el desaparecido monumento soriano. Quizá cabría alguna duda razonable respecto a esta portada, puesto que el señor Vilella dijo a Gaya Nuño que procedía de San Esteban, pero desde luego su extraño tímpano, conteniendo a Cristo en Majestad, procede de cualquier otra parte y ha sido metido allí "con calzador". Incluso con las ménsulas hay que tener cuidado, de las veintiuna existentes en "Vora el Ter", seis no proceden del lote soriano. Y algo tan simple, como el friso de esquinillas del alero, tampoco se corresponde con el románico de la meseta, es un elemento propio del románico lombardo adoptado en la Corona de Aragón.
Un último misterio, ronda este truculento "affaire". ¿Por qué don Cayetano Vilella, sacó a la luz la procedencia de "sus" piedras, en 1952, a los 27 años del escandaloso suceso? ¿Lo hizo "por amor al arte", para dejar en evidencia a las "autoridades competentes" que intervinieron en tal desvergüenza, o simplemente por presumir de lo que poseía?

En cualquier caso, "sacar del armario" estas piedras, no ha facilitado en nada la contemplación de los restos. Los propietarios, celosos de su intimidad, no conceden fácilmente permisos de visita. Hay que contentarse, con ver de lejos la portada y algunas ménsulas, empinándose tras el seto que "defiende" la propiedad. Y si se tiene una cámara con buen zoom, podemos tomar fotos detalladas de las viejas piedras, eso si, vigilando que los guardias de seguridad de la urbanización estén en otra parte, más que nada para ahorrarnos engorrosas explicaciones sobre la inocencia de nuestro fotográfico proceder...
A pesar de todo, todavía podemos agradecer al señor Vilella, al destino, o a ambos, que esas piedras estén a la vista, siquiera sea detrás del seto. Peor destino corrió el magnífico templo románico de Santa Olaya, en el mismo San Esteban de Gormaz, de tres naves y ricamente ornamentado, que desapareció sin dejar restos arquitectónicos ni documentales.

A quien corresponda. Porque, "aquellos polvos trajeron estos lodos", diríjase ahora mismo, sin pérdida de tiempo, hacia la picota más próxima, donde será colocado en el cepo hasta su próxima reencarnación, para perpetua vergüenza, porque a pesar de los tristes precedentes, usted y los suyos reinciden, con exasperante monotonía, en el indigno proceder de todos aquellos que les precedieron en el cargo, y por acción u omisión, consienten que el patrimonio cultural continúe perdiéndose gota a gota.

[Es dolorosamente reveladora, la obra de Gonzalo Santonja Gómez-Agero, Museo de Niebla. El patrimonio perdido de Castilla y León. Ed. Ámbito, Madrid 2004, cuya lectura recomendamos a cuantos quieran llorar sobre los tesoros expoliados a nuestra cultura].

Salud y fraternidad.