sábado, 29 de enero de 2011

"En la cripta del olvido..."

"No hay nada más absurdo, a mi juicio, que la convencional asociación de lo sencillo y lo saludable que parece impregnar la psicología de las multitudes. Mencione usted, por ejemplo, un bucólico escenario, un desmañado y corpulento empresario de una funeraria de pueblo y un lamentable percance relacionado con una cripta, y a ningún lector corriente se le ocurrirá esperar otra cosa que un sabroso, aunque grotesco, acto de comedia. Y, sin embargo..."
[H.P. Lovecraft, En la cripta, 1926].
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El templo románico de San Felices -o Félix- en Uncastillo (Zaragoza), acabado hacia 1159-1169, fue "restaurado" no hace mucho. Al menos se restauró su cubierta y se adecentó un poco el resto. Sin embargo, este edificio, al estar alzado sobre una ladera, debe nivelar su estructura con el terreno, lo que hace mediante una pequeña cripta, sita bajo el ábside del presbiterio.
Se trata de un espacio sencillo, de espesos muros, con bóveda de escasa altura, gruesos nervios y tamaño incierto...
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La restauración no ha llegado hasta la cripta, su desvencijada puerta, de viejas maderas, se cierra por el tosco procedimiento de apoyar en ella una gran piedra.
Una vez sobrepasado el considerable grosor del muro, que forma el umbral, se accede a un espacio oscuro, apenas iluminado por la escasa luz exterior, que penetra por estrechas aspilleras y el limitado vano de la puerta. Debemos pisar despacio, con prudencia, para no levantar la espesa capa de polvo que tapiza el suelo, y amenaza nuestra correcta respiración.
. En el interior hay que moverse con cuidado, porque sus paredes se tiñen con un moho negruzco que no presagia nada bueno para nuestros pulmones, grandes telarañas cuelgan de la bóveda como patéticos cortinajes, y también, porque todo el espacio se encuentra ocupado por ingentes rimeros de tejas -sobrantes de la última restauración-, y podemos tropezar con las numerosas piedras que se encuentran amontonadas sin orden ni concierto.
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Entre estas piedras informes, antaño nobles sillares, aparecen lo que fueron dovelas curvas, ajedrezadas y molduradas, pobres recuerdos de las perdidas arquivoltas de la remodelada portada sur. También podemos adivinar, entre aquel caótico maremagnum, sillares tallados con nervaduras, de similar procedencia.
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En su cara oeste la cripta se cierra mediante un muro, añadido en fecha desconocida, cuyos sillares superiores han caído, dejando al descubierto que detrás hay un espacio relleno de cascotes y sillares malamente amontonados, embutidos en desorden. Sin embargo, se aprecia la continuidad de la bóveda, clara indicación de que la cripta se prolonga bajo la nave y fue cegada en época incierta.
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¿Por qué no se ha despejado y limpiado este espacio, para dignificarlo y ponerlo en valor, quizá como pequeño museo de los restos pétreos de la perdida puerta? ¿Por qué no se ha excavado y explorado el resto de la cripta, entre cuyos materiales de relleno quizá queden todavía piezas románicas esculpidas?

A quien corresponda: por hacer las cosas a medias, con evidente desgana y apresuramiento, vaya encadenado a picota, aherrojado al cepo, para que medite en la gravedad de su desidia. O, si lo prefiere, en lugar de a la picota, sea encadenado al cepo dentro de esta cripta, para compartir el pan y el agua con las ratas, las arañas, y con los fantasmas que la pueblan...

Salud y fraternidad.