La “bella leonesa”, Pulchra Leonina, como denominan a la Catedral de León, es una muestra más de la conducta, “neurótica” y “bipolar”, de las autoridades encargadas de gestionar el patrimonio cultural celtibérico. Un patrimonio que, seglar o laico, se subvenciona con fondos públicos salidos de nuestros impuestos. Impuestos que, a la hora de ser adjudicados y recibidos, a nadie le importa de que ideología o creencia proceden, aunque quienes los pagamos tengamos de ambas o carezcamos de ellas, o sean opuestas a las de los receptores.
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En sus puertas encontramos el horario de servicios religiosos, en las parroquias de toda la ciudad, y superpuestos a esta información aparecen los maléficos círculos rojos, enmarcando la cámara de fotos y la de vídeo como instrumentos satánicos. Solo falta el ángel, con la espada ígnea, presto a arrojarnos del “paraíso” si osamos tomar de estas frutas prohibidas..
Por si tuviéramos tentaciones, de hacer caso omiso de tales prohibiciones, se nos advierte en letrero anejo, que el recinto de la Catedral está “protegido por cámaras de CCTV”. O sea, que si queremos hacer fotos “de tapadillo” seremos descubiertos y filmados.
La parafernalia disuasoria, se complementa con un guardia de seguridad, que sale a recibirnos, nada más traspasar las puertas del templo y ver las cámaras que cuelgan de nuestros cuellos, para recordarnos las prohibiciones colgadas en las puertas.
Lo curioso es que hemos hecho numerosas fotos al interior del templo, en los años 1974, 1981, 1990 y 2000. Es decir, durante esos 26 años a nadie molestó que los turistas hicieran fotos dentro de la catedral, sus flashes no estropearon la piedra, ni estorbaron a los fieles que oraban. Sin embargo, ahora, es... ¿Qué es? ¿Cuestión de “seguridad”?, ¿de “conservación”?, ¿de “prepotencia”? ¿Divina estupidez?
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No obstante, para dejarnos más perplejos, cuando visitamos la Colegiata de San Isidoro, resignados ya a no obtener imágenes de su interior... Resulta que, en la puerta, no estaba el símbolo de prohibición, y tampoco en el interior, ni había “seguratas” admonitorios. ¡Podíamos hacer fotos libremente! ¡A nadie importaba que disparásemos nuestras cámaras, tanto cuanto quisiéramos!
¿Es que la piedra de un edificio es más “sensible” que la de otro a nuestros “disparos”? ¿Es que el “Dios” de este templo es más permisivo que el “Dios” de aquel templo? ¿O será que en los templos no habita “Dios”, sino tan sólo los “mercaderes”?
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A quien corresponda: Aunque sea tropezar en la misma piedra, una y otra vez, le pedimos que reconduzca la nefasta, y anárquica, política “fotográfica” vigente en los monumentos celtibéricos. Porque a los amantes de la fotografía y el arte, ¿qué nos queda? ¿Quizá echarnos al monte, formar comandos armados de cámaras, transformarnos en guerrilleros fotográficos? Mientras reflexiona, vaya a picota y cepo, donde será fotografiado día y noche hasta que la luz de los flashes lo enloquezca.
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Salud y fraternidad.
La parafernalia disuasoria, se complementa con un guardia de seguridad, que sale a recibirnos, nada más traspasar las puertas del templo y ver las cámaras que cuelgan de nuestros cuellos, para recordarnos las prohibiciones colgadas en las puertas.
Lo curioso es que hemos hecho numerosas fotos al interior del templo, en los años 1974, 1981, 1990 y 2000. Es decir, durante esos 26 años a nadie molestó que los turistas hicieran fotos dentro de la catedral, sus flashes no estropearon la piedra, ni estorbaron a los fieles que oraban. Sin embargo, ahora, es... ¿Qué es? ¿Cuestión de “seguridad”?, ¿de “conservación”?, ¿de “prepotencia”? ¿Divina estupidez?
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No obstante, para dejarnos más perplejos, cuando visitamos la Colegiata de San Isidoro, resignados ya a no obtener imágenes de su interior... Resulta que, en la puerta, no estaba el símbolo de prohibición, y tampoco en el interior, ni había “seguratas” admonitorios. ¡Podíamos hacer fotos libremente! ¡A nadie importaba que disparásemos nuestras cámaras, tanto cuanto quisiéramos!
¿Es que la piedra de un edificio es más “sensible” que la de otro a nuestros “disparos”? ¿Es que el “Dios” de este templo es más permisivo que el “Dios” de aquel templo? ¿O será que en los templos no habita “Dios”, sino tan sólo los “mercaderes”?
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A quien corresponda: Aunque sea tropezar en la misma piedra, una y otra vez, le pedimos que reconduzca la nefasta, y anárquica, política “fotográfica” vigente en los monumentos celtibéricos. Porque a los amantes de la fotografía y el arte, ¿qué nos queda? ¿Quizá echarnos al monte, formar comandos armados de cámaras, transformarnos en guerrilleros fotográficos? Mientras reflexiona, vaya a picota y cepo, donde será fotografiado día y noche hasta que la luz de los flashes lo enloquezca.
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Salud y fraternidad.