Es imaginable el regocijo que debió originarse allá por 1974, cuando este pequeño pueblo, del norte burgalés, se vió agraciado con el primer premio de la lotería de Navidad. Tan contentos quedaron sus habitantes, que decidieron colocar una placa conmemorativa del hecho.
Lo curioso es que la instalaron, en blanco marmóreo para mejor destacar, sobre la fachada del templo parroquial. Al leerla, no se comprende bien que la situaran aquí, pues no es de agradecimiento a su patrona, la Virgen de las Nieves, a la que ni se nombra. Antes bien, el único mentado, como si todo el mérito fuese suyo, es la persona que vendió el número premiado.
Si se trata de un exvoto a la Virgen, por el favor recibido, es un exvoto "sobreentendido", hay que adivinar que lo es. Y si, por contra, es un memorial agradecido al vendedor del número, bien podían haber puesto la placa en casa de éste, en el ayuntamiento, o en cualquier otro lugar.
No seremos nosotros, quienes censuremos o no la gratiud y piedad de estas gentes, cada uno sabe lo que pasa en su casa, sin que los de fuera vayamos a enmendarles la plana. Pero, durante demasiados años, los templos han servido como soporte para tantos tipos de placas, algunas de triste memoria por la discriminación que establecían entre "buenos" y "malos", que no podemos menos que pedir moderación.
A quien corresponda. Controle la colocación de placas en los templos, lugares hay a propósito, para que cada cual deje constancia de sus afanes, alegrías y pesares, sin necesidad de atosigar las paredes románicas, que ya tienen mensaje propio. Si no lo hiciere sea condenado a picota y cepo, con pan y agua por todo alimento, durante cuarenta días y cuarenta noches.